Yo también mejoré, Padre. Como el buen vino, el tiempo nos hace mejores. Con el tiempo empecé a conocer mi potencial verdadero y a mejorar mis habilidades. Descubrí métodos para llamar la atención de la gente, hacer que temieran por su vida y que acataran mis órdenes. Eso es un verdadero placer. Judith era encantadora y siempre estaba usando el poder, que yo también tenía, en mi contra. Se conoce que los miembros de su Clan, los "Toreador", tienen también la disciplina de la Presencia para llamar la atención en público. Pero un simple "Para" hacía que se quedara en el sitio y yo pudiera divertirme. Eramos como unos críos con juguetes nuevos, pero Frederick sabía estimular nuestro potencial y nos educó.
Entonces ocurrió aquello que hizo salir a mi bestia interior, la primera vez aparte del día de mi conversión a no-muerto que no conseguí controlar a mi demonio personal. Verá, Padre, usted no conoce esto. Quizá ha tenido algún que otro símil cuando pone a sus feligresas más jóvenes debajo de su escritorio para sus sucios menesteres, pero la bestia interior de un Vampiro mata por placer, por alimentarse. No piensa, no actúa. Mata. Y así me pasó a mí...
Era el año 1558, en pleno invierno. Desperté, como siempre, acompañado de Judith, cuyo cuerpo desnudo brillaba al son de las velas que mi criada había encendido antes de despertar. Y tras tomar una copa de sangre recién extraída, llamé al cochero para ir a la ciudad. Me apetecía dar un paseo por la bella Milán al son de las luces nocturnas.
Para mi problema de vista ya había encontrado una solución: Unas gafas con un armazón muy frágil y unas lentes muy oscuras que me tapaban los ojos si había mucha luz. Las llevaba caídas, casi en el pico de mi nariz, para poder mostrar mis ojos siempre y cuando pudiera ver. Me daban un aire atractivo, decía Judith.
Al llegar a las puertas de la ciudad, unos niños pararon el carromato. Me ofrecieron un jarro con agua clara y fría. No me sentía muy por la labor, pero pegué un largo trago. No tenía sabor, y cuando tuve ocasión la vomité.
El paseo era tranquilo, hasta que vi al cochero correr en mi dirección.
- ¡Señor Lerroux! ¡Señor Lerroux! -decía algo sofocado -El Señor Von Gulik quiere que vaya a la mansión inmediatamente. Dice que es un asunto urgente.
- No perdamos el tiempo, pues -respondí algo preocupado.
Al llegar, el cochero simplemente abrió la puerta para dejar a Frederick entrar y volvió a volar por los caminos de la vieja Milán.
- No pensé que hablara en serio -espetó Frederick, malhumorado- Sabía dónde se metía, pero no pensé que llegara a ese punto.
- Frederick, cálmate y explícame lo que está pasando -pregunté, poniendo la mano sobre el hombro de mi acompañante.
- No te lo diré hasta que lleguemos. Y tú que eres católico, reza por nuestra salvación. Puede que no volvamos a ver un atardecer nunca más.
Algo asustados llegamos al destino. La puerta del carromato se abrió y la magnífica puerta de la casa de Francesca Molinari se presentó ante mí. Hacía seis años que no pasaba por aquel lugar, e incluso había dejado de pensar en la persona que allí habitaba, pero noté de nuevo ese sentimiento humano de preocupación y miedo. Frederick corrió hacia la puerta y comenzó a buscar un método para abrirla, o para acceder al edificio. Yo estaba más atento al bosque circundante y a las sombras que ahora deambulaban por él.
- Habrá que entrar por el ventanal. Dom, ayúdame a escalar -dijo Frederick, preparándose para saltar a una ventana que daba al primer piso, a través de una cornisa.
- Deberíamos irnos. Francesca es algo del pasado, y estamos siendo vigilados... ¡Recuerda lo que te conté acerca de los criados de esta casa!
- Dominique, si no subimos ahora mismo ahí arriba, vamos a tener problemas más grandes. ¡Ayúdame!
De forma veloz y grácil subimos al primer piso. Ya dentro, y con mucho cuidado, recorrimos cada estancia buscando algo que Frederick no quiso decirme. Los pasos no sonaban, pero otros pasos recorrían las estancias inferiores. Eran muchos, demasiados para ser de una persona. Parecían las patas de un perro...
Al fin escuché algo en una estancia que podía ser lo que buscábamos. Fue en ese instante cuando noté el fuego recorrer mi columna vertebral y hacerse con cada milímetro de mi cuerpo. Fue cuando pude ver a Judith dando de su sangre a una Francesca desangrada. Su cuello estaba impregnado de ese líquido tan dulce que es la vitae, y mi "Chiquilla" ya dejaba caer a borbotones la sangre de su muñeca en los suaves y definidos labios de la señorita Molinari.
Judith había matado a la mujer de mis sueños. Merecía morir. Y fue en lo único que pensé. Pero Francesca no estaba tan muerta como pensé, y se lanzó a por mí en un histérico ataque de sed. Su fuerza no era humana, a pesar de que la mía tampoco, pero sus motivos y voluntad eran mayores que los míos, y sentí sus colmillos clavarse en mi cuello y succionar mi sangre con ansia y deseo. Frederick consiguió calmar a ambos con algo de ayuda de Judith, pero fue entonces cuanto más débil me encontraba.
- Ya hablaremos de todo esto, Francesca Molinari -dijo Frederick -pero ahora tenemos que salir de aquí.
Y entonces el gruñido de un lobo hambriento materializó los miedos de todos los vampiros de aquella sala.
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