jueves, 18 de marzo de 2010

5. Bienvenido a tu nueva vida.

Era de noche cuando volví a abrir los ojos. Unas velas iluminaban mi nueva e inmensa habitación y los tapices que la cubrían tenían un aire oscuro y tenebroso que me atemorizaban. Al levantarme encontré algo de ropa puesta en un diván, y supuse que sería para mi. Tras ponérmela volví a sentir esa sed que tuve la noche que me convirtieron, y mirando a mí alrededor encontré una copa llena de sangre.

- ¿Esta todo al gusto del señor? –dijo Regina desde la puerta.

- Esto… si, todo está en orden.

- Me alegro de que así sea –estaba pálida. Pude reconocer el sabor de su sangre en la copa que acababa de ingerir.

- ¿Puedo ya saber algo más sobre esto?

- Dentro de poco llegará un amigo del señor Ezio. Si lo desea puede esperarle en el salón.

- Si, será una buena idea –y tras esto, seguí a Regina por las escaleras.

Mientras bajábamos pude encontrar un espejo colgado de una pared, en el cual miré mi imagen. Mi rostro ahora era mucho más bello de lo que antes era, y mis ojos azules hacían que mi pálido rostro tuviese algo de color. Después de aquel lapsus volví tras los pasos de Regina, que me llevó al salón. Cuando tomé asiento, escuché un golpe en las puertas de entrada y los pasos de alguien acercarse.

- ¡Ezio, amigo mío! –dijo el extraño hombre cuando entró al salón. Sus vestimentas eran de una gran calidad, con colores oscuros y bordados dorados. Su rostro, también pálido como el de Ezio, reflejaba una edad aproximada de treinta y cinco años.

- ¿Quién es usted? –pregunté extrañado.

- ¿Y quién eres tu, muchacho? ¿Dónde esta Ezio?

- Mi nombre es Dominique Lerroux, señor. Lo de Ezio…

- ¿Eres su chiquillo? –dijo, suspirando.

- ¿Perdone?

- Ah, no recordaba que eres un neonato y no conoces el argot. Puedo imaginar que Ezio ya no está entre nosotros, ¿no?

- Si, y me confieso –dije, poniéndome de rodillas ante el extraño visitante –yo terminé con lo poco que le quedaba de vida. Se hizo un corte en la yugular y… bueno… soy un monstruo…

- Tranquilo, Dominique. Eso que hizo es completamente comprensible.

- ¿En serio?

- Acompáñame, amigo mío. Tenemos mucho de lo que hablar. Por fin ha llegado la noche en la que el elegido despertará de su letargo humano y entrará de lleno en el Mundo de Tinieblas…

- Tengo miedo –dije, mientras el extraño me tomaba del hombro y me arrastraba al exterior.

- Dentro de poco, serán todos los que te rodeen los que tengan ese miedo.

Un carruaje nos esperaba. Me metió con una fuerza sobrehumana en él y emprendimos la marcha. Las ventanillas estaban cubiertas por unas cortinillas que impedían ver lo que fuera acontecía.

- Bien, Dominique. Antes de que me odies por estas malas formas me presentaré. Mi nombre es Frederick Von Gulik, y soy amigo de Ezio desde hace eones. Ambos nos hemos criado juntos en nuestra no-vida y él mismo me pidió que te adiestrara cuando llegase el momento. Llevaba tiempo diciendo que había encontrado un ser poderosísimo… Habrá que ver si es cierto.

- No entiendo nada, señor Von Gulik…

- Por favor, llámame Frederick.

- Bueno, Frederick. ¿Qué tengo yo de bueno?

- Lo primero, que perteneces a los nuestros, a nuestro clan. Perteneces a lo más selecto de entre todos los vástagos que moran estas tierras.

- ¿Es que hay rangos entre nosotros?

- El mundo de la noche va aparte de lo que ocurre durante el día. Tu tienes sangre de reyes fluyendo por tus venas, eres el ser que domina sobre los demás.

- Sólo soy un simple campesino…

- No, Dominique. Nuestro clan no está formado por campesinos, y tu formas parte de él.

- ¿Clan? Esto cada vez se parece más a ritos satánicos.

- Oye, yo creo en Dios…

- Y yo, pero eso es lo de menos…

- Mira, el tema de tus creencias lo dejaremos para otro momento. Ahora he de hablarte de tu poder y tus habilidades por pertenecer al clan “Ventrue”.

- Es un nombre extraño… ¿Es una especie de secta?

- No, es un clan. Hay 13, y cada uno fue fundado por una sola persona, conocidos como “Antediluvianos”. Pero eso, como te digo, no nos interesa.

- Señor Von Gulik, hemos llegado –dijo la voz del cochero desde la parte delantera de la cabina.

- Maldita sea… Bien, iremos directos al grano. Vamos a dejar patentes aquí y ahora tus poderes. Sígueme.

Y seguí a Frederick. Estaba de vuelta en Milán, en uno de los palacios de la zona rica de la ciudad. Era un baile. La gente se movía al son de la música de fondo y los hombres más poderosos de la ciudad estaban presentes. La sala era enorme, y la luz me molestaba mucho a la vista. Frederick me llevó a una de las zonas más oscuras para hablar conmigo ajenos al ajetreo del baile en curso.

- He notado que estabas un poco molesto con la luz del recinto. ¿Hay algún problema?

- Me molesta mucho la luz, Frederick…

- Lo que nos faltaba, el neonato tiene alma de Setita…

- ¿De qué?

- Ya te lo explicaré. Bien, vayamos al grano. Los miembros del Clan Ventrue tenemos una capacidad social inmensa. Hemos sido diseñados para conversar y convencer con una buena imagen.

- Sigo diciendo que soy un simple campesino, señor…

- ¿Quieres ver lo que eres capaz de hacer?

- Son los hombres más poderosos de la ciudad. No creo que sea capaz de hacer nada.

- Bueno, apuesto contigo lo que quieras a que podrías incluso hacer que dejasen de bailar sólo para prestarte atención.

- Lo dudo, señor…

- Pues me da igual. ¿Ves la bella dama que baila a solas en medio de la sala? La que tiene el cabello de color rojo…

- Si, puedo verla desde aquí –era increíble, hermosa, casi perfecta. Cualquier hombre que se precie pagaría mil veces su fortuna para tenerla entre sus brazos.

- Bien, esta es tu misión: Quiero que pases entre la gente y llegues hasta ella. Trata de llamar todo lo posible la atención y ser convincente en tus palabras. ¿Entendido?

- ¿Y que ocurrirá si fracaso?

- Dominique, te voy a decir una cosa: Si Ezio te ha creado es porque eres capaz de lo que sea. Ahora, entra ahí y trata de sacar a esa bella dama de ahí. Es toda tuya.

Y así hice. Estaba temeroso del resultado. Nunca había tratado de cortejar a una dama de tanta belleza y nobleza juntas, y no me veía capaz de hacerlo en ese momento. La gente no estaba pendiente de mí y continuaba su baile tranquilamente. Yo entré en la pista de baile y, tal y como dijo Frederick, traté de llamar la atención. “Buenas noches a todos, espero que ustedes estén teniendo una buena noche”. Dije esa frase en un tono audible solo por unos pocos, para llamar la atención a la gente de alrededor, pero increíblemente toda la sala estaba mirándome. Nadie se resistía a dirigir su mirada a mi rostro. Me sentí cohibido, pero continué caminando en dirección a esa dama que, por muy extraño que pareciese, era la única que continuaba con su baile tranquilo.

- Buenas noches a usted también, bellísima dama –dije al acercarme a ella. Traté de llamar menos la atención y la gente dejó de mirarme, pero alguna mirada indiscreta se dirigió hacia mí.

- Buenas noches –dijo ella, mirándome. Su rostro era angelical y sus ojos verdes me hechizaban. -¿quiere usted compartir un baile conmigo?

- No soy muy hábil en la danza, desgraciadamente.

- Seguro que usted es hábil en muchas más cosas…

- Eso no lo dude –dije mostrando mi mejor sonrisa.

- Oye, disculpa –dijo un hombre trajeado, tratando de intimidarme –llevo detrás de esta increíble mujer toda la noche para que me acompañe en un baile. No nos molestes, patético campesino.

Al decir esto me sentí un poco amedrentado y trate de volver en mis pasos, pero un sentimiento de orgullo y de furia se hizo conmigo al ver a Frederick mientras vigilaba mis pasos. “Si Ezio te ha creado es porque eres capaz de lo que sea. Si alguien tan poderoso como Frederick me lo dice, ¿Por qué no seré capaz de hacerlo? Ezio, esto va por ti”. Mi pensamiento pareció trasferirse a mi rostro, porque antes de darme la vuelta vi una sonrisa en el rostro de Frederick.

- Discúlpeme usted a mi, amigo –dije, posando mis ojos sobre los del extraño que impedía que culminase mi misión –pero no creo que esas sean las formas apropiadas de tratar a alguien como yo.

- Eres escoria, campesino. Te vi comprando la peor basura que traía uno de los mercaderes más pobres la otra mañana. ¿Por qué iba a darte privilegios?

- Porque, amigo mío –la furia se transmitió de mi cuerpo entero a mi mirada –no es mi condición la que me trae aquí, sino mi linaje. Ahora, manténgase usted alejado de la señorita y de mí antes de que tenga que decírselo de otra forma.

El rostro, ahora pálido, de aquel extraño era todo un poema. Tenía miedo, mucho miedo, y haciendo una reverencia se marchó a paso ligero por la puerta del gran salón de baile.

- Disculpe mis modales.

- Es usted un hombre muy apuesto y valiente, señor…

- Llámeme Dominique. ¿Puedo conocer ahora el nombre de mi acompañante?

- Judith. Mi nombre es Judith.

- Bien, Judith, ¿quiere usted acompañarme fuera para charlar alejados del tumulto aquí formado por el baile? –puse toda mi fe y mi capacidad de convicción en esta frase.

- Claro –dijo ella, casi hechizada.

Y, sin conocer el motivo, me acompañó al exterior sin rechistar.

miércoles, 17 de marzo de 2010

4. Despierta.

Esa noche se convirtió en una mezcla de sensaciones, Padre. La primera, dolor. Muchísimo dolor. ¿Cree usted que desangrarse poco a poco es una sensación de placer? Para nada. Yo no disfruté de lo que nosotros los vástagos conocemos como “El beso”. Eso me decía Ezio mientras me desangraba, que él prefería este método para convertirme que “El Beso”, porque es tan adictivo que no le parecía apropiado que lo probase.

Y ahí estaba yo, sangrando como un puto cerdo. Recuerdo que le tendí la mano a Ezio y éste me la dio, y posteriormente me tumbó sobre el suelo. Con un sonido ahogado sólo sabía decir improperios y algún que otro “¿Por qué?”.

Fue entonces cuando Ezio se dispuso a dar el paso más duro de todos. Con el mismo cuchillo que me degolló, hizo un amplio corte en su muñeca. La sangre brotaba a borbotones de su brazo, y lo que hizo fue abrirme la boca con la mano sana e introducirme el líquido que surgía de su interior en mí.

Yo no entendía nada, hasta que su sangre bajó lentamente por mi esófago. Era una sensación indescriptible. Sentí cómo mi último atisbo de vida se esfumaba con la entrada de esa nueva sangre, pero de ella surgía una nueva vida, un poder inimaginable… Y una necesidad increíble de más de ese liquido. Montones de esa sangre. Y de un repentino salto me levanté del suelo, buscando desesperadamente ese líquido. Ezio se levantó y se hizo un corte en la yugular. Mi increíble olfato detectó ese dulce y sabroso liquido brotar de su cuello, y sin control ninguno me abalancé sobre mi mentor.

Si, soy un asqueroso asesino, cruel y sin escrúpulos. Aunque usted jamás comprenderá lo que la sangre nos da. Si la llamamos “Vitae” es por algo.

Cuando terminé de succionar la yugular de mi mentor, éste se convirtió en un montón de polvo frente a mí. Y fue entonces cuando noté mis remordimientos por mi acción. Quise llorar, pero no pude. Mi cuerpo estaba impregnado de él, de aquel que me había dado un poder inmortal.

Y vino una chica a recogerlo todo. Era una de las criadas de Ezio, pero no le daba importancia al asunto. Por lo menos, no la que yo le estaba dando.

- Oye, perdona –pregunté cuando se marchaba.

- Dígame, señor Lerroux –su cabello moreno me hechizaba. Era una bella muchacha, pero no me atraía por su hermosura… sino por su contenido.

- ¿Puede explicarme usted que ha ocurrido?

- No estoy destinada a tal fin, señor –dijo, con una amplia sonrisa- pero tranquilo, pronto llegará alguien que le ayude.

- ¿Podría al menos cambiarme de ropa mientras espero a esa persona? –dije, mirando mi camisa blanca impregnada de mi sangre mortal.

- Claro, le guiaré a su habitación. Estas son sus posesiones, no lo olvide.

- ¿Mis… posesiones? –pregunté extrañado.

- El señor Ezio nos dijo que usted era el nuevo heredero, y que cuando él muriese usted se haría con el control de todas sus posesiones. Entre ellas están este palacete, una vivienda en Madrid y algunos terrenos en el Reino de Austria.

- ¿Todo eso es mío?

- Claro, señor.

- Cáspita, es muchísimo…

- ¿Desea el señor cenar antes de ir a dormir? –dijo la bella joven cuando llegamos a la puerta de mis aposentos.

- No tengo hambre… No me apetece comer nada.

- Yo me refería a su alimento –al hacer esta frase, ladeó su cabeza mostrando su cuello- tome lo que necesite hasta encontrarse saciado.

¿Y que hice yo, Padre? Pues morder. He de admitir que el sabor de la sangre de Regina era increíble, pero lo que más me gustaba de beber de ella era su rostro. Parecía que estaba en pleno coito, ¿se lo puede imaginar? Estaba atravesando su yugular con unos nuevos y afilados colmillos retractiles y ella moría de placer. Luego la chica me explicó lo que ocurría cuando alguien tan apuesto como yo la mordía. Cuando terminé, pasé mi lengua por la herida para aprovechar las últimas gotas que salían de su cuello y, misteriosamente, no tenía nada.

- Bueno, señor, espero que esté usted satisfecho –dijo entre suspiros mi nueva criada. Estaba extasiada- no queda demasiado para el amanecer. Debería usted refugiarse ya.

- Me gustan los amaneceres, no es un problema…

- Verá, señor… Hay muchas normas que tienen que explicarle para sobrevivir, y una de ellas es que el sol no es su mejor aliado. Mañana por la noche vendrá su nuevo contacto y le explicará todo con más detalle.

- Bueno, si tú lo dices… Buenas noches.

- Que usted descanse bien, señor.

Y me metí en mis nuevos aposentos. Era un habitáculo enorme, con telares colgados de las paredes. En ellos estaban tejidos imágenes de personas como yo alimentándose de otras, e incluso luchando. Recuerdo que me llamó la atención una en especial. Salía en un lado un hombre de cuya espalda surgían unos látigos negros, seis en total. A su lado había un monstruo horrendo, una deformación humana que atemorizaría a cualquiera que se lo encontrase. Frente a estos dos, había un grupo bastante pintoresco de gente. Un hombre que parecía ser de gran poder tanto económico como político, una bellísima mujer con un cuchillo de oro y diamantes en una de sus manos, otro hombre con garras… Pero me llamaron la atención los dos que iban detrás. Uno iba vestido de bufón, pero había un halo de locura cubriéndole, y el otro estaba tapado por una capucha, pero lo poco que se veía de su cara era una mandíbula medio rota con la piel pútrida.

Otra peculiaridad de la habitación es que no tenía ventana alguna. Pero eso era lo de menos. Estaba algo cansado y decidí tumbarme en la gran cama, a esperar el nuevo atardecer para disfrutar de esta nueva vida que se me había concedido.

martes, 16 de marzo de 2010

3. Decisiones.

Aun veía el sol ponerse en el horizonte. Lo extraño era que pudiese ver algo, porque tenía los ojos hinchados de mis lloros. Tomé una decisión, y le comuniqué a mis familiares que no volvería a verles. Fue durísimo cuando todos me abrazaron. Yo no sabía qué decir o qué hacer, simplemente eché a llorar. Durante toda la mañana me he tirado llorando y despidiéndome de todos. Bianca y Cyrano volverían con mis padres hasta que pudiesen vivir solos, y venderían la casa para sacar dinero. Lauretta fue muy buena acogiendo a mis hermanos pequeños en la casa de mi hermano mayor hasta la recogida de los mismos, y su despedida fue tan efusiva como la de mis familiares.

Antes de que anocheciese, pasé a la Catedral. El Cristo del altar brillaba exuberante ante todas las velas que lo rodeaban. El Padre Domenico hacía sus ritos en silencio, pero cesó cuando me escuchó entrar.

- Dominique, hijo mío, acércate.

- Buenas tardes, Padre Domenico.

- ¿Qué te trae por aquí?

- Voy a comenzar un viaje, o algo por el estilo… -mis ojos seguían hinchados y húmedos.

- ¿A qué te refieres?

- Soy el pupilo de Ezio Lerroux, y hoy me ha citado pronto para comenzar una nueva vida, o algo así.

- ¿¿Ezio Lerroux?? –el párroco comenzó a caminar de un lado a otro, muy preocupado.

- Si. ¿Le conoce?

- ¿Ha dicho que vas a comenzar una nueva vida?

- Si, eso dijo.

- ¿Quieres que te diga lo que te va a hacer?

- No, queridísimo Padre Domenico –dijo Ezio, caminando a lo largo del pasillo central de la Catedral.

- Tiene derecho a saber a lo que se enfrenta.

- A una nueva vida como heredero de la fortuna Lerroux. ¿Es eso un pecado?

- Maldita sea, monstruo. ¡Tendrás que pasar por encima de mi cadáver si quieres llevarte al infierno a este pobre chiquillo!

- ¿Qué ocurre, Ezio? –pregunté un poco extrañado al escuchar la discusión.

- Nuestro amigo, el Padre Domenico, prefiere que vivas como uno más de su rebaño.

- ¿O del tuyo, demonio de las sombras? –gritó el Padre Domenico.

- Bueno, dejemos al chico decidir.

- Exacto, será lo mejor para él –dijo el Párroco, acercándose al altar.

- Bien, Dominique. Es tu momento. Si eliges al Padre Domenico vivirás de las sobras, de la pobreza, y morirás en el lecho de una familia que no aspira a nada salvo a lavar los trapos sucios de la alta nobleza.

- Y si eliges a Ezio Lerroux –dijo Domenico- condenarás tu alma cristiana al infierno de por vida. Tendrás lujo y todo lo que desees, pero tu vida terminará. Serás un cazador, un monstruo, que solo puede moverse por las sombras.

- ¿Qué eliges, Dominique? –dijo Ezio.

Y ahí estaba yo, en medio de un cura y de mi mentor. La luz de la luna daba al habitáculo un ambiente terrorífico, y un sudor helado recorría mi frente. Ezio me sonreía, y el Padre Domenico miraba tembloroso a mi figura.

- Llevo mucho tiempo esperando un cambio, Padre. Tomaré el camino de las sombras.

- Si es lo que deseas… Ezio, ¿dejas que le de un ultimo…?

- Claro, Padre. Te esperaré fuera, Dominique.

Ezio abandonó la Catedral. El Padre Domenico, con el semblante muy triste, me sentó en una silla al lado del altar y comenzó a sacar trastos de un armario pequeño. Tras eso, inició un salmo que duró unos diez minutos. Yo no entendía muy bien el latín, y simplemente me concentré en la figura del Cristo.

- Ya he terminado de darte la Extremaunción –dijo el Padre Domenico.

- ¿Extremaunción? Padre, no voy a morir.

Pero el cura recogió las cosas sin mediar palabra y se marchó. Yo abandoné la sala y encontré a Ezio charlando con un mercader.

- No entiendo nada, Ezio. El Padre Domenico acaba de darme la extremaunción. ¿Es que me vas a matar…?

- No exactamente. Ven, tenemos que hablar.

- ¿Sobre qué?

- Sobre tu nueva vida.

Un paseo larguísimo nos llevó a las puertas de la ciudad, donde nos esperaba un carro. Éste nos llevó a las afueras de la ciudad amurallada, a un palacete alejado de la gran Milán. Al entrar, una serie de criados nos acogieron y nos llevaron hasta un amplio salón. Me sirvieron una copa de vino, al igual que a Ezio, aunque percibí que su vino era más espeso.

- Tu nueva vida, Dominique, no es una vida como tal. El Padre Domenico ha hecho bien en darte la extremaunción. Si, vas a morir, pero eso no quiere decir que vayas a dejar de caminar entre los vivos.

- Señor… No creo en los cuentos de fantasía.

- Yo tampoco. Y no creo en ellos, son demasiado infantiles. Esto es mucho más serio.

- ¿Y qué se supone que es usted? ¿Un demonio?

- Ni por asomo. Los humanos suelen llamarnos “Vampiros”, pero entre nosotros no nos llamamos así.

- ¿Y como os llamáis entre vosotros? –En mi rostro apareció una sonrisilla, pero en mi interior temblaba de miedo.

- Bueno, a mi me llaman Ezio. Es lo más normal, ¿no?

- No entiendo nada…

- Mira, esto va a ser muy sencillo, Dominique –dijo mi mentor, levantándose de su asiento y acercándose a mi con las manos en la espalda- yo voy a crear un nuevo “Vampiro” para que sea él quien se ocupe de mi legado en el tiempo.

- Y ese Vampiro…

- Eres tú, Dominique.

Hubo un silencio. Comprendí al fin por qué el vino de Ezio era más espeso. El motivo, pues que no era vino, sino sangre.

- Te doy una última oportunidad. ¿Estas dispuesto a aceptar lo que te ofrezco? Tu poder será ilimitado, a la vez que inmortal.

- Creo –dije, con el miedo en mi voz- que no estoy preparado. Pero tampoco quiero decir que no a su amable propuesta.

- Entonces no esperemos más.

Y entonces, con un cuchillo, me sesgó la yugular.

lunes, 15 de marzo de 2010

2. Principios básicos.

- …Y es así como has de terminar una conversación con una persona superior, Dominique. ¿Lo has entendido?

- Claro, señor Lerroux.

- Me alegro de que así sea. Aprendes muy rápido, chico.

- Quizá he sido creado para la vida cortesana –reí tras este comentario.

- No, aun no. Hemos terminado por hoy, querido amigo. ¿Tienes algo de dinero para comida?

- Pues… -mire mi bolsa. Estaba vacía- ahora mismo no, señor. Ya sabe que mis recursos no son muy amplios…

- Ten –Ezio Lerroux me tendió un par de doblones- compra algo de comida para tus hermanos.

- Nunca conoceré la forma de agradecer estos gestos que usted tiene conmigo, señor Lerroux…

- No has de hacerlo, Dominique. Dentro de unas cuantas noches me devolverás ese gesto.

- ¿Qué ocurrirá, si es menester de conocer el innombrable secreto que usted me guarda?

- ¿De verdad quieres saberlo, hijo mío?

- Me gustaría muchísimo, señor.

- Bueno, no te lo diré. Pero si te daré una pequeña pista.

- Ardo en deseos de conocerla.

- Bien, Dominique. Dentro de unas noches, tu vida tal y como la conoces, terminara. Y la mía también.

- ¿Qué quiere decir usted con esto, señor?

- Conocerás tu destino la noche del sábado. Quiero verte en las puertas de la Catedral al anochecer. Y… despídete de tus familiares. Puede que no les vuelvas a ver más, o por lo menos no con los mismos ojos…

- Señor Lerroux, ¿es necesario separarme de mis hermanos? Yo les quiero… -una lágrima recorría mi mejilla. Era cierto, apreciaba muchísimo a mi familia.

- Lo que te ofrezco es mejor que una familia. Es mejor que una casa, es mejor que un palacio, es mejor que ser el dueño del mundo, Dominique. ¿Es que acaso no quieres lo que te voy a ofrecer?

- Debería pensarlo, ante todo…

- Bien, hazlo. El sábado al anochecer te esperaré en la puerta de la Catedral. Si estas allí, comenzara una nueva… vida. Si no, no volverás a tener contacto con la vida cortesana y morirás como cualquier otro campesino. Buenas noches, Dominique.

Y se marchó. Quedaban unas pocas horas para el amanecer y yo no había dormido en toda una semana. Solo podía aprender durante la noche. Ezio era un importante canciller y tenía asuntos que atender durante el día. Yo tenía que atender a mis hermanos, lo cual también era un trabajo correoso.

Con el alba llegaron mis dudas. “¿Dejar a mi familia por una nueva vida? Soy feliz así, ¿Qué es tan importante como para dejar mi vida de lado completamente? Aunque, en parte, el trabajo con mi familia está casi terminado. Roberto y Lauretta ya están juntos en su nuevo hogar, Bianca puede vivir sola con sus 16 años y el pequeño Cyrano podría volver con mis padres a Toledo…” Con todos estos pensamientos dirigí mis pasos de nuevo a la Catedral. Y allí estaba ella, Francesca. Cuando me divisó, se acercó poco a poco intentando no llamar la atención. Su condición no le permitía acercarse a los campesinos y tratarles como si iguales se tratasen.

“Recuerda, Dominique. Cuando alguien superior a ti se acerque a tu persona, debes tratarle como si el mismísimo Jesucristo se presentase frente a ti. Piensa que esa persona puede llevarte al cielo… o hacer que caigas en picado al infierno.” Las enseñanzas de Ezio me venían de lujo para aquel momento.

- Dichosos los ojos que miran al cielo buscando ángeles cuando ellos caminan inocentemente entre nosotros… -junto con una reverencia solté esta parrafada.

- Querido Dominique, no creo que merezca tus palabras… -en el perfecto rostro de la bella Francesca surgió un color rojo intenso en las mejillas.

- Claro que no, alguien como yo no tiene derecho ninguno a tratar con seres superiores como vos…

- Déjese de finuras, Dominique. Yo también me alegro de verle. ¿Qué te trae por la catedral esta vez?

- Una consulta con el Padre Domenico. Ya sabe, ahora mismo es el contacto más directo con Dios. ¿Y vos?

- ¿Se lo puede creer? ¡Le estaba buscando a usted!

- ¿Puedo conocer el motivo?

- Quería convidarle a una cena en mi casa de campo este lunes. ¿Estará disponible entonces?

- Maldita sea, no tengo ni idea…

- Bueno, yo le esperaré allí. Mi criado le recogerá en las puertas de la ciudad el lunes al anochecer.

- Tratare de estar allí. Y muchísimas gracias.

- No tiene por qué darlas, Dominique. Simplemente, venga a mi casa.

Y se marchó. Perplejo la miraba desde las escaleras del convento con una pregunta en mi cabeza: ¿Volvería a verla?

Todo indicaba a que no iba a ser la última vez que nos encontrásemos.

domingo, 14 de marzo de 2010

1. Una noche cualquiera.

La gente pasea tranquila por las calles de Milán, y yo también. Hace una noche sin igual, y las pocas luces que me rodean hacen más mágico si cabe el trayecto entre mi casa y la catedral de la ciudad. Según me dijeron, habían creado un nuevo órgano para las misas, y quería verlo ahora que los pueblerinos se concentraban más en sus quehaceres que en los rezos.

Por cierto, siento ser tan rudo. He de presentarme. Mi nombre es Dominique Lerroux, pero podéis llamarme Dominique. Algunos familiares me llaman "Dom" cariñosamente, pero eso es lo de menos. Vivo en Milán desde hace unos dos años. Yo realmente nací en Toledo. De padres franceses me crié en tierras españolas hasta que alcancé la adultez y vine a vivir aquí. Según me contó mi padre, los españoles se hicieron con Milán hace tiempo, y como el idioma me atrae muchísimo instalé mi vivienda aquí. La città di Milano è incredibile, magico e travolgente.

Nos encontramos en el año del Señor 1552. La noche es preciosa y la gente que conozco me saluda por la calle. Está el señor Sforza, Bianca y muchos más.

Por fin he llegado a la Catedral. Está preciosa iluminada por los candelabros laterales. El órgano destaca en la estancia, y los bancos alineados equilibran la sala. Mi paso se dirige firme al confesionario que está al lado del altar. Es pequeño, y mi altura supera la normal entre los aldeanos, pero aun así es suficiente para albergarme. Esa noche el Padre Domenico me había citado para mi confesión, y me dirigí raudo a hacerlo.

- Ave María Purísima
- Concepita senza peccato
- Gracias por acogerme esta noche entre los muros de la catedral, Padre.
- Es un placer tenerte entre ellos, hijo mío. Cuéntame qué tal tu vida en general.
- Bueno, no han ocurrido demasiadas cosas desde mi última visita. Aunque... Si he de confesar algo. Hace dos días estaba en el mercado con mi hermano y me dijo que dentro de poco se iría a vivir con su querida Lauretta. Cuando me lo dijo noté una sensación de quemazón en el pecho un poco dolorosa...
- Ah, hijo mío. Indirectamente has cometido el pecado capital de la envidia.
- Si, quizá sea eso.
- Nonti preocupari, ragazzo. El Señor nos comprende y nos cuida. Ríndele tributo rezando un Rosario ante su imagen y tu pequeño percance será redimido.
- Gracias, Padre.
- Andate in pace, mio figlio.

Y eso hice. Me coloqué en primera fila, delante de la imagen de Cristo en la cruz y comencé mi rezo silencioso. Aunque tuve que detenerme al ver una figura acercarse al altar. Iba seguida de una serie de criados que llevaban la cola de su largo y precioso vestido azul. Bella cual ángel, con una figura esbelta y una mirada electrizante, se apareció ante mí una divinidad. Cuando me vió envuelto en mi silencioso rezo ahora interrumpido por su belleza, se acercó silenciosamente a mí y tomó asiento a mi lado.

- Buenas noches, extraño -eso no era una voz. Era un coro celestial unidos en uno para deleitarme aquella noche.
- Que la paz de Jesucristo este con usted -Aún me pregunto cómo fui capaz de gesticular aquella complicada frase ante semejante Venus.
- ¿Qué te trae por aquí?
- Bueno, a mi Señor me debo y ante mi Señor imploro. ¿Y a usted?
- Había oído hablar de un hombre apuesto que tenía hoy una cita con Jesucristo...
- ¿Está usted segura que se refería a mi?
- ¿Quién si no? La catedral está vacía, exceptuando aquel gentilhombre que reza solo en la oscuridad -era cierto, un hombre rezaba solo en una esquina.
- Entonces, deme el gusto de presentarme, si es a mí a quien busca. Mi nombre es Dominique Lerroux. ¿Podría conocer ahora el nombre de la gentil dama que me acompaña esta noche?
- Claro -dijo, haciendo una seña a sus criados indicándoles que se marchasen- Mi nombre es Francesca Molinari.
- Es un placer conocerla, señora Molinari.
- Por favor, llámame Francesca.
- Está bien, Francesca. Aunque me encantaría quedarme a hablar con usted en esta mágica noche, el deber me llama. Mi familia me reclama y debo ir a por unas cosas al mercado antes de que se vayan los comerciantes.
- Oh, vaya...
- Pero no se preocupe, mi bello ángel. Hay más ocasiones en las que podremos encontrarnos.
- Seguro. Ha sido un placer, Dominique Lerroux.
- El placer ha sido mío.

Al salir, noté el rostro de desánimo de la bellísima Francesca. Me apenaba dejarla ahí, pero era cierto que mis hermanos reclamaban su cena, y no podía perder el tiempo en charlar con ella. Cuando caminaba de nuevo por las calles de Milán noté que alguien me seguía. Intenté despistarlo tomando vías alternativas, pero cuando quise darme cuenta estaba encerrado en una calle sin salida.

Me di la vuelta para avistar a mi perseguidor y me dispuse a afrontar cualquier peligro, pero me encontré al hombre de la iglesia. Era alto, con una melena larga poblando su cabeza y un aspecto muy cuidado. Parecía un marqués o un duque.

- ¿Dominique? -dijo con una voz increíblemente dictatorial.
- El mismo. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
- Me llamo Ezio. He estado observándote desde que llegaste a Milán hará ahora dos años y he descubierto en tí un poder inigualable.
- ¿Me ha estado espiando? -dije con algo de mal genio en mi tono.
- Pero no para hacerte el mal. Quiero instruirte en la vida cortesana para que heredes todo el poder de mi apellido.
- ¿Y cuál es su apellido?
- Lerroux. Mi apellido es Lerroux. Por eso también te elegí a tí, porque ya eres portador de nuestra sangre.
- ¿Quiere decir que yo, un humilde campesino, puedo llegar a ser un cortesano?
- No. Llegarás a ser marqués, archiduque, terrateniente... Nuestro legado será apoteósico, quedará inscrito en los anales de la historia.
- Entonces no se hable más, querido amigo. Soy todo suyo.

Y a día de hoy, me arrepiento de aquellas palabras.



Padre, yo me confieso (Preludio)

No creo que mi vida sea en absoluta buena, pero yo no la he elegido. Todo lo que me ocurre no es cosa mía. ¿Rezar? Eso es de gilipollas. Recé durante años por tener a Francesca junto a mí y sólo fui capaz de contemplar cómo su sangre chorreaba por su cuello. ¿Me ve a mí como Dante en la Divina Comedia? No voy a bajar al infierno a por ella. Ya estoy muerto, y ella también. Se pudrirá ahi abajo, como haré yo. ¿Me ve entonces como a un superheroe? Padre Lázaro, soy un cazador. Que hiciese aquello no fue con un motivo bondadoso. No le salvé la vida, acabé con la suya.

Espera, ¿cree usted que salvarle fue por algún motivo? Bien, ahora que lo dices... Si. Teneis algo que me pertenece. Bueno, no me pertenece, nadie ha dicho que sea mía, pero la necesito. Usted sabe dónde está, y yo voy a sacarselo. Por las buenas, o por las malas.

Si, padre, quiero ese juguetito que tenéis escondido en la Catedral. Como un beatillo diría, quiero el Santísimo Clavo que nuestro señor Jesucristo tenía incrustado en su mano derecha durante su agonía en la Vera Cruz.

No me mire con esa cara, Padre. No quiero hacer ningún rito satánico con él. Simplemente ese artilugio puede ayudarme a dominar esta maldita ciudad. Eso, o morir. Pero bueno, como ya le dije antes, yo ya estoy muerto, ¿qué más dará morir un poco más?

¿Cómo? ¿Que soy un monstruo? Bueno, la literatura dice que si. Chupasangres, sanguijuela... Hay tantos nombres para denominarme que ya he perdido la cuenta. Yo me veo como un alma errante por este mundo, encerrado en un cuerpo muerto. ¿Por qué me alimento de sangre, y no de manzanas? Eso yo ya no lo sé. Aunque usted puede saberlo incluso mejor que yo... Remóntese al Génesis, al primero en cometer el más malvado de los pecados... Casi todos los pecados capitales en uno, ¿eh? Ira, Soberbia, Avaricia... y mucha Envidia. ¿No le suena? Maldita sea, ¿para qué le salvo la vida a un párroco si no tiene ni puta idea de los orígenes de su mierda de religión? Caín, capullo, Caín. Asesinó a su hermano, y fue condenado a no morir jamás, y le desterraron a las tierras de Nod, al este del Edén.

Aunque, visto lo visto... Me gusta la condena que el señor le impuso. Si, bueno, el detalle de la sangre y demás... Pero eso de poder vivir generaciones y ver el mundo evolucionar... ¿Crees que saber la verdadera localización del clavito me ha llevado un ratito? Llevo siglos detrás de él. Esperando el momento de tenerlo en mi mano y poder estacar con él al más impuro de los descendientes de Caín.

¿Que cuál es mi destino? Señor, el destino dejó de fijarse en mí desde aquella noche de 1552. El destino es para los vivos, y yo ya no lo estoy.

Ahora, usted y yo somos buenos amigos, ¿verdad? Conozco sus secretos... ¿Ya no cree usted en nuestro señor? ¿Demasiada sangre de Cristo? Nunca es bueno beberla en grandes cantidades, hermano. Aunque siempre he querido saber cómo hubiese sido un trago de la verdadera sangre de Jesucristo, y no el vino de mala calidad de una botella.

Perdóneme, Padre. Yo... Soy un pecador, y no sé a qué atenerme. Desde aquella noche todo cambió. Estaba cerca, ya lo podía palpar. Ya notaba el sabor de la comida, ya no veía a las personas como depósitos de sangre, sino como... Personas. Y cuando la ví morir todo se fue al traste. Ahora sólo deseo redimirme, regodearme en el dolor y degradarme. La echo tantísimo de menos, Padre... No soy Dante, pero me gustaría serlo, devolverla a la vida y poder disfrutar de nuevo de su aliento en mi cuello y de sus dulces palabras en mis oidos.

Soy un Vampiro, Padre, y yo me confieso ante usted.