Espera, ¿cree usted que salvarle fue por algún motivo? Bien, ahora que lo dices... Si. Teneis algo que me pertenece. Bueno, no me pertenece, nadie ha dicho que sea mía, pero la necesito. Usted sabe dónde está, y yo voy a sacarselo. Por las buenas, o por las malas.
Si, padre, quiero ese juguetito que tenéis escondido en la Catedral. Como un beatillo diría, quiero el Santísimo Clavo que nuestro señor Jesucristo tenía incrustado en su mano derecha durante su agonía en la Vera Cruz.
No me mire con esa cara, Padre. No quiero hacer ningún rito satánico con él. Simplemente ese artilugio puede ayudarme a dominar esta maldita ciudad. Eso, o morir. Pero bueno, como ya le dije antes, yo ya estoy muerto, ¿qué más dará morir un poco más?
¿Cómo? ¿Que soy un monstruo? Bueno, la literatura dice que si. Chupasangres, sanguijuela... Hay tantos nombres para denominarme que ya he perdido la cuenta. Yo me veo como un alma errante por este mundo, encerrado en un cuerpo muerto. ¿Por qué me alimento de sangre, y no de manzanas? Eso yo ya no lo sé. Aunque usted puede saberlo incluso mejor que yo... Remóntese al Génesis, al primero en cometer el más malvado de los pecados... Casi todos los pecados capitales en uno, ¿eh? Ira, Soberbia, Avaricia... y mucha Envidia. ¿No le suena? Maldita sea, ¿para qué le salvo la vida a un párroco si no tiene ni puta idea de los orígenes de su mierda de religión? Caín, capullo, Caín. Asesinó a su hermano, y fue condenado a no morir jamás, y le desterraron a las tierras de Nod, al este del Edén.
Aunque, visto lo visto... Me gusta la condena que el señor le impuso. Si, bueno, el detalle de la sangre y demás... Pero eso de poder vivir generaciones y ver el mundo evolucionar... ¿Crees que saber la verdadera localización del clavito me ha llevado un ratito? Llevo siglos detrás de él. Esperando el momento de tenerlo en mi mano y poder estacar con él al más impuro de los descendientes de Caín.
¿Que cuál es mi destino? Señor, el destino dejó de fijarse en mí desde aquella noche de 1552. El destino es para los vivos, y yo ya no lo estoy.
Ahora, usted y yo somos buenos amigos, ¿verdad? Conozco sus secretos... ¿Ya no cree usted en nuestro señor? ¿Demasiada sangre de Cristo? Nunca es bueno beberla en grandes cantidades, hermano. Aunque siempre he querido saber cómo hubiese sido un trago de la verdadera sangre de Jesucristo, y no el vino de mala calidad de una botella.
Perdóneme, Padre. Yo... Soy un pecador, y no sé a qué atenerme. Desde aquella noche todo cambió. Estaba cerca, ya lo podía palpar. Ya notaba el sabor de la comida, ya no veía a las personas como depósitos de sangre, sino como... Personas. Y cuando la ví morir todo se fue al traste. Ahora sólo deseo redimirme, regodearme en el dolor y degradarme. La echo tantísimo de menos, Padre... No soy Dante, pero me gustaría serlo, devolverla a la vida y poder disfrutar de nuevo de su aliento en mi cuello y de sus dulces palabras en mis oidos.
Soy un Vampiro, Padre, y yo me confieso ante usted.
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