domingo, 14 de marzo de 2010

1. Una noche cualquiera.

La gente pasea tranquila por las calles de Milán, y yo también. Hace una noche sin igual, y las pocas luces que me rodean hacen más mágico si cabe el trayecto entre mi casa y la catedral de la ciudad. Según me dijeron, habían creado un nuevo órgano para las misas, y quería verlo ahora que los pueblerinos se concentraban más en sus quehaceres que en los rezos.

Por cierto, siento ser tan rudo. He de presentarme. Mi nombre es Dominique Lerroux, pero podéis llamarme Dominique. Algunos familiares me llaman "Dom" cariñosamente, pero eso es lo de menos. Vivo en Milán desde hace unos dos años. Yo realmente nací en Toledo. De padres franceses me crié en tierras españolas hasta que alcancé la adultez y vine a vivir aquí. Según me contó mi padre, los españoles se hicieron con Milán hace tiempo, y como el idioma me atrae muchísimo instalé mi vivienda aquí. La città di Milano è incredibile, magico e travolgente.

Nos encontramos en el año del Señor 1552. La noche es preciosa y la gente que conozco me saluda por la calle. Está el señor Sforza, Bianca y muchos más.

Por fin he llegado a la Catedral. Está preciosa iluminada por los candelabros laterales. El órgano destaca en la estancia, y los bancos alineados equilibran la sala. Mi paso se dirige firme al confesionario que está al lado del altar. Es pequeño, y mi altura supera la normal entre los aldeanos, pero aun así es suficiente para albergarme. Esa noche el Padre Domenico me había citado para mi confesión, y me dirigí raudo a hacerlo.

- Ave María Purísima
- Concepita senza peccato
- Gracias por acogerme esta noche entre los muros de la catedral, Padre.
- Es un placer tenerte entre ellos, hijo mío. Cuéntame qué tal tu vida en general.
- Bueno, no han ocurrido demasiadas cosas desde mi última visita. Aunque... Si he de confesar algo. Hace dos días estaba en el mercado con mi hermano y me dijo que dentro de poco se iría a vivir con su querida Lauretta. Cuando me lo dijo noté una sensación de quemazón en el pecho un poco dolorosa...
- Ah, hijo mío. Indirectamente has cometido el pecado capital de la envidia.
- Si, quizá sea eso.
- Nonti preocupari, ragazzo. El Señor nos comprende y nos cuida. Ríndele tributo rezando un Rosario ante su imagen y tu pequeño percance será redimido.
- Gracias, Padre.
- Andate in pace, mio figlio.

Y eso hice. Me coloqué en primera fila, delante de la imagen de Cristo en la cruz y comencé mi rezo silencioso. Aunque tuve que detenerme al ver una figura acercarse al altar. Iba seguida de una serie de criados que llevaban la cola de su largo y precioso vestido azul. Bella cual ángel, con una figura esbelta y una mirada electrizante, se apareció ante mí una divinidad. Cuando me vió envuelto en mi silencioso rezo ahora interrumpido por su belleza, se acercó silenciosamente a mí y tomó asiento a mi lado.

- Buenas noches, extraño -eso no era una voz. Era un coro celestial unidos en uno para deleitarme aquella noche.
- Que la paz de Jesucristo este con usted -Aún me pregunto cómo fui capaz de gesticular aquella complicada frase ante semejante Venus.
- ¿Qué te trae por aquí?
- Bueno, a mi Señor me debo y ante mi Señor imploro. ¿Y a usted?
- Había oído hablar de un hombre apuesto que tenía hoy una cita con Jesucristo...
- ¿Está usted segura que se refería a mi?
- ¿Quién si no? La catedral está vacía, exceptuando aquel gentilhombre que reza solo en la oscuridad -era cierto, un hombre rezaba solo en una esquina.
- Entonces, deme el gusto de presentarme, si es a mí a quien busca. Mi nombre es Dominique Lerroux. ¿Podría conocer ahora el nombre de la gentil dama que me acompaña esta noche?
- Claro -dijo, haciendo una seña a sus criados indicándoles que se marchasen- Mi nombre es Francesca Molinari.
- Es un placer conocerla, señora Molinari.
- Por favor, llámame Francesca.
- Está bien, Francesca. Aunque me encantaría quedarme a hablar con usted en esta mágica noche, el deber me llama. Mi familia me reclama y debo ir a por unas cosas al mercado antes de que se vayan los comerciantes.
- Oh, vaya...
- Pero no se preocupe, mi bello ángel. Hay más ocasiones en las que podremos encontrarnos.
- Seguro. Ha sido un placer, Dominique Lerroux.
- El placer ha sido mío.

Al salir, noté el rostro de desánimo de la bellísima Francesca. Me apenaba dejarla ahí, pero era cierto que mis hermanos reclamaban su cena, y no podía perder el tiempo en charlar con ella. Cuando caminaba de nuevo por las calles de Milán noté que alguien me seguía. Intenté despistarlo tomando vías alternativas, pero cuando quise darme cuenta estaba encerrado en una calle sin salida.

Me di la vuelta para avistar a mi perseguidor y me dispuse a afrontar cualquier peligro, pero me encontré al hombre de la iglesia. Era alto, con una melena larga poblando su cabeza y un aspecto muy cuidado. Parecía un marqués o un duque.

- ¿Dominique? -dijo con una voz increíblemente dictatorial.
- El mismo. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
- Me llamo Ezio. He estado observándote desde que llegaste a Milán hará ahora dos años y he descubierto en tí un poder inigualable.
- ¿Me ha estado espiando? -dije con algo de mal genio en mi tono.
- Pero no para hacerte el mal. Quiero instruirte en la vida cortesana para que heredes todo el poder de mi apellido.
- ¿Y cuál es su apellido?
- Lerroux. Mi apellido es Lerroux. Por eso también te elegí a tí, porque ya eres portador de nuestra sangre.
- ¿Quiere decir que yo, un humilde campesino, puedo llegar a ser un cortesano?
- No. Llegarás a ser marqués, archiduque, terrateniente... Nuestro legado será apoteósico, quedará inscrito en los anales de la historia.
- Entonces no se hable más, querido amigo. Soy todo suyo.

Y a día de hoy, me arrepiento de aquellas palabras.



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