lunes, 15 de marzo de 2010

2. Principios básicos.

- …Y es así como has de terminar una conversación con una persona superior, Dominique. ¿Lo has entendido?

- Claro, señor Lerroux.

- Me alegro de que así sea. Aprendes muy rápido, chico.

- Quizá he sido creado para la vida cortesana –reí tras este comentario.

- No, aun no. Hemos terminado por hoy, querido amigo. ¿Tienes algo de dinero para comida?

- Pues… -mire mi bolsa. Estaba vacía- ahora mismo no, señor. Ya sabe que mis recursos no son muy amplios…

- Ten –Ezio Lerroux me tendió un par de doblones- compra algo de comida para tus hermanos.

- Nunca conoceré la forma de agradecer estos gestos que usted tiene conmigo, señor Lerroux…

- No has de hacerlo, Dominique. Dentro de unas cuantas noches me devolverás ese gesto.

- ¿Qué ocurrirá, si es menester de conocer el innombrable secreto que usted me guarda?

- ¿De verdad quieres saberlo, hijo mío?

- Me gustaría muchísimo, señor.

- Bueno, no te lo diré. Pero si te daré una pequeña pista.

- Ardo en deseos de conocerla.

- Bien, Dominique. Dentro de unas noches, tu vida tal y como la conoces, terminara. Y la mía también.

- ¿Qué quiere decir usted con esto, señor?

- Conocerás tu destino la noche del sábado. Quiero verte en las puertas de la Catedral al anochecer. Y… despídete de tus familiares. Puede que no les vuelvas a ver más, o por lo menos no con los mismos ojos…

- Señor Lerroux, ¿es necesario separarme de mis hermanos? Yo les quiero… -una lágrima recorría mi mejilla. Era cierto, apreciaba muchísimo a mi familia.

- Lo que te ofrezco es mejor que una familia. Es mejor que una casa, es mejor que un palacio, es mejor que ser el dueño del mundo, Dominique. ¿Es que acaso no quieres lo que te voy a ofrecer?

- Debería pensarlo, ante todo…

- Bien, hazlo. El sábado al anochecer te esperaré en la puerta de la Catedral. Si estas allí, comenzara una nueva… vida. Si no, no volverás a tener contacto con la vida cortesana y morirás como cualquier otro campesino. Buenas noches, Dominique.

Y se marchó. Quedaban unas pocas horas para el amanecer y yo no había dormido en toda una semana. Solo podía aprender durante la noche. Ezio era un importante canciller y tenía asuntos que atender durante el día. Yo tenía que atender a mis hermanos, lo cual también era un trabajo correoso.

Con el alba llegaron mis dudas. “¿Dejar a mi familia por una nueva vida? Soy feliz así, ¿Qué es tan importante como para dejar mi vida de lado completamente? Aunque, en parte, el trabajo con mi familia está casi terminado. Roberto y Lauretta ya están juntos en su nuevo hogar, Bianca puede vivir sola con sus 16 años y el pequeño Cyrano podría volver con mis padres a Toledo…” Con todos estos pensamientos dirigí mis pasos de nuevo a la Catedral. Y allí estaba ella, Francesca. Cuando me divisó, se acercó poco a poco intentando no llamar la atención. Su condición no le permitía acercarse a los campesinos y tratarles como si iguales se tratasen.

“Recuerda, Dominique. Cuando alguien superior a ti se acerque a tu persona, debes tratarle como si el mismísimo Jesucristo se presentase frente a ti. Piensa que esa persona puede llevarte al cielo… o hacer que caigas en picado al infierno.” Las enseñanzas de Ezio me venían de lujo para aquel momento.

- Dichosos los ojos que miran al cielo buscando ángeles cuando ellos caminan inocentemente entre nosotros… -junto con una reverencia solté esta parrafada.

- Querido Dominique, no creo que merezca tus palabras… -en el perfecto rostro de la bella Francesca surgió un color rojo intenso en las mejillas.

- Claro que no, alguien como yo no tiene derecho ninguno a tratar con seres superiores como vos…

- Déjese de finuras, Dominique. Yo también me alegro de verle. ¿Qué te trae por la catedral esta vez?

- Una consulta con el Padre Domenico. Ya sabe, ahora mismo es el contacto más directo con Dios. ¿Y vos?

- ¿Se lo puede creer? ¡Le estaba buscando a usted!

- ¿Puedo conocer el motivo?

- Quería convidarle a una cena en mi casa de campo este lunes. ¿Estará disponible entonces?

- Maldita sea, no tengo ni idea…

- Bueno, yo le esperaré allí. Mi criado le recogerá en las puertas de la ciudad el lunes al anochecer.

- Tratare de estar allí. Y muchísimas gracias.

- No tiene por qué darlas, Dominique. Simplemente, venga a mi casa.

Y se marchó. Perplejo la miraba desde las escaleras del convento con una pregunta en mi cabeza: ¿Volvería a verla?

Todo indicaba a que no iba a ser la última vez que nos encontrásemos.

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