Era de noche cuando volví a abrir los ojos. Unas velas iluminaban mi nueva e inmensa habitación y los tapices que la cubrían tenían un aire oscuro y tenebroso que me atemorizaban. Al levantarme encontré algo de ropa puesta en un diván, y supuse que sería para mi. Tras ponérmela volví a sentir esa sed que tuve la noche que me convirtieron, y mirando a mí alrededor encontré una copa llena de sangre.
- ¿Esta todo al gusto del señor? –dijo Regina desde la puerta.
- Esto… si, todo está en orden.
- Me alegro de que así sea –estaba pálida. Pude reconocer el sabor de su sangre en la copa que acababa de ingerir.
- ¿Puedo ya saber algo más sobre esto?
- Dentro de poco llegará un amigo del señor Ezio. Si lo desea puede esperarle en el salón.
- Si, será una buena idea –y tras esto, seguí a Regina por las escaleras.
Mientras bajábamos pude encontrar un espejo colgado de una pared, en el cual miré mi imagen. Mi rostro ahora era mucho más bello de lo que antes era, y mis ojos azules hacían que mi pálido rostro tuviese algo de color. Después de aquel lapsus volví tras los pasos de Regina, que me llevó al salón. Cuando tomé asiento, escuché un golpe en las puertas de entrada y los pasos de alguien acercarse.
- ¡Ezio, amigo mío! –dijo el extraño hombre cuando entró al salón. Sus vestimentas eran de una gran calidad, con colores oscuros y bordados dorados. Su rostro, también pálido como el de Ezio, reflejaba una edad aproximada de treinta y cinco años.
- ¿Quién es usted? –pregunté extrañado.
- ¿Y quién eres tu, muchacho? ¿Dónde esta Ezio?
- Mi nombre es Dominique Lerroux, señor. Lo de Ezio…
- ¿Eres su chiquillo? –dijo, suspirando.
- ¿Perdone?
- Ah, no recordaba que eres un neonato y no conoces el argot. Puedo imaginar que Ezio ya no está entre nosotros, ¿no?
- Si, y me confieso –dije, poniéndome de rodillas ante el extraño visitante –yo terminé con lo poco que le quedaba de vida. Se hizo un corte en la yugular y… bueno… soy un monstruo…
- Tranquilo, Dominique. Eso que hizo es completamente comprensible.
- ¿En serio?
- Acompáñame, amigo mío. Tenemos mucho de lo que hablar. Por fin ha llegado la noche en la que el elegido despertará de su letargo humano y entrará de lleno en el Mundo de Tinieblas…
- Tengo miedo –dije, mientras el extraño me tomaba del hombro y me arrastraba al exterior.
- Dentro de poco, serán todos los que te rodeen los que tengan ese miedo.
Un carruaje nos esperaba. Me metió con una fuerza sobrehumana en él y emprendimos la marcha. Las ventanillas estaban cubiertas por unas cortinillas que impedían ver lo que fuera acontecía.
- Bien, Dominique. Antes de que me odies por estas malas formas me presentaré. Mi nombre es Frederick Von Gulik, y soy amigo de Ezio desde hace eones. Ambos nos hemos criado juntos en nuestra no-vida y él mismo me pidió que te adiestrara cuando llegase el momento. Llevaba tiempo diciendo que había encontrado un ser poderosísimo… Habrá que ver si es cierto.
- No entiendo nada, señor Von Gulik…
- Por favor, llámame Frederick.
- Bueno, Frederick. ¿Qué tengo yo de bueno?
- Lo primero, que perteneces a los nuestros, a nuestro clan. Perteneces a lo más selecto de entre todos los vástagos que moran estas tierras.
- ¿Es que hay rangos entre nosotros?
- El mundo de la noche va aparte de lo que ocurre durante el día. Tu tienes sangre de reyes fluyendo por tus venas, eres el ser que domina sobre los demás.
- Sólo soy un simple campesino…
- No, Dominique. Nuestro clan no está formado por campesinos, y tu formas parte de él.
- ¿Clan? Esto cada vez se parece más a ritos satánicos.
- Oye, yo creo en Dios…
- Y yo, pero eso es lo de menos…
- Mira, el tema de tus creencias lo dejaremos para otro momento. Ahora he de hablarte de tu poder y tus habilidades por pertenecer al clan “Ventrue”.
- Es un nombre extraño… ¿Es una especie de secta?
- No, es un clan. Hay 13, y cada uno fue fundado por una sola persona, conocidos como “Antediluvianos”. Pero eso, como te digo, no nos interesa.
- Señor Von Gulik, hemos llegado –dijo la voz del cochero desde la parte delantera de la cabina.
- Maldita sea… Bien, iremos directos al grano. Vamos a dejar patentes aquí y ahora tus poderes. Sígueme.
Y seguí a Frederick. Estaba de vuelta en Milán, en uno de los palacios de la zona rica de la ciudad. Era un baile. La gente se movía al son de la música de fondo y los hombres más poderosos de la ciudad estaban presentes. La sala era enorme, y la luz me molestaba mucho a la vista. Frederick me llevó a una de las zonas más oscuras para hablar conmigo ajenos al ajetreo del baile en curso.
- He notado que estabas un poco molesto con la luz del recinto. ¿Hay algún problema?
- Me molesta mucho la luz, Frederick…
- Lo que nos faltaba, el neonato tiene alma de Setita…
- ¿De qué?
- Ya te lo explicaré. Bien, vayamos al grano. Los miembros del Clan Ventrue tenemos una capacidad social inmensa. Hemos sido diseñados para conversar y convencer con una buena imagen.
- Sigo diciendo que soy un simple campesino, señor…
- ¿Quieres ver lo que eres capaz de hacer?
- Son los hombres más poderosos de la ciudad. No creo que sea capaz de hacer nada.
- Bueno, apuesto contigo lo que quieras a que podrías incluso hacer que dejasen de bailar sólo para prestarte atención.
- Lo dudo, señor…
- Pues me da igual. ¿Ves la bella dama que baila a solas en medio de la sala? La que tiene el cabello de color rojo…
- Si, puedo verla desde aquí –era increíble, hermosa, casi perfecta. Cualquier hombre que se precie pagaría mil veces su fortuna para tenerla entre sus brazos.
- Bien, esta es tu misión: Quiero que pases entre la gente y llegues hasta ella. Trata de llamar todo lo posible la atención y ser convincente en tus palabras. ¿Entendido?
- ¿Y que ocurrirá si fracaso?
- Dominique, te voy a decir una cosa: Si Ezio te ha creado es porque eres capaz de lo que sea. Ahora, entra ahí y trata de sacar a esa bella dama de ahí. Es toda tuya.
Y así hice. Estaba temeroso del resultado. Nunca había tratado de cortejar a una dama de tanta belleza y nobleza juntas, y no me veía capaz de hacerlo en ese momento. La gente no estaba pendiente de mí y continuaba su baile tranquilamente. Yo entré en la pista de baile y, tal y como dijo Frederick, traté de llamar la atención. “Buenas noches a todos, espero que ustedes estén teniendo una buena noche”. Dije esa frase en un tono audible solo por unos pocos, para llamar la atención a la gente de alrededor, pero increíblemente toda la sala estaba mirándome. Nadie se resistía a dirigir su mirada a mi rostro. Me sentí cohibido, pero continué caminando en dirección a esa dama que, por muy extraño que pareciese, era la única que continuaba con su baile tranquilo.
- Buenas noches a usted también, bellísima dama –dije al acercarme a ella. Traté de llamar menos la atención y la gente dejó de mirarme, pero alguna mirada indiscreta se dirigió hacia mí.
- Buenas noches –dijo ella, mirándome. Su rostro era angelical y sus ojos verdes me hechizaban. -¿quiere usted compartir un baile conmigo?
- No soy muy hábil en la danza, desgraciadamente.
- Seguro que usted es hábil en muchas más cosas…
- Eso no lo dude –dije mostrando mi mejor sonrisa.
- Oye, disculpa –dijo un hombre trajeado, tratando de intimidarme –llevo detrás de esta increíble mujer toda la noche para que me acompañe en un baile. No nos molestes, patético campesino.
Al decir esto me sentí un poco amedrentado y trate de volver en mis pasos, pero un sentimiento de orgullo y de furia se hizo conmigo al ver a Frederick mientras vigilaba mis pasos. “Si Ezio te ha creado es porque eres capaz de lo que sea. Si alguien tan poderoso como Frederick me lo dice, ¿Por qué no seré capaz de hacerlo? Ezio, esto va por ti”. Mi pensamiento pareció trasferirse a mi rostro, porque antes de darme la vuelta vi una sonrisa en el rostro de Frederick.
- Discúlpeme usted a mi, amigo –dije, posando mis ojos sobre los del extraño que impedía que culminase mi misión –pero no creo que esas sean las formas apropiadas de tratar a alguien como yo.
- Eres escoria, campesino. Te vi comprando la peor basura que traía uno de los mercaderes más pobres la otra mañana. ¿Por qué iba a darte privilegios?
- Porque, amigo mío –la furia se transmitió de mi cuerpo entero a mi mirada –no es mi condición la que me trae aquí, sino mi linaje. Ahora, manténgase usted alejado de la señorita y de mí antes de que tenga que decírselo de otra forma.
El rostro, ahora pálido, de aquel extraño era todo un poema. Tenía miedo, mucho miedo, y haciendo una reverencia se marchó a paso ligero por la puerta del gran salón de baile.
- Disculpe mis modales.
- Es usted un hombre muy apuesto y valiente, señor…
- Llámeme Dominique. ¿Puedo conocer ahora el nombre de mi acompañante?
- Judith. Mi nombre es Judith.
- Bien, Judith, ¿quiere usted acompañarme fuera para charlar alejados del tumulto aquí formado por el baile? –puse toda mi fe y mi capacidad de convicción en esta frase.
- Claro –dijo ella, casi hechizada.
Y, sin conocer el motivo, me acompañó al exterior sin rechistar.
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