martes, 16 de marzo de 2010

3. Decisiones.

Aun veía el sol ponerse en el horizonte. Lo extraño era que pudiese ver algo, porque tenía los ojos hinchados de mis lloros. Tomé una decisión, y le comuniqué a mis familiares que no volvería a verles. Fue durísimo cuando todos me abrazaron. Yo no sabía qué decir o qué hacer, simplemente eché a llorar. Durante toda la mañana me he tirado llorando y despidiéndome de todos. Bianca y Cyrano volverían con mis padres hasta que pudiesen vivir solos, y venderían la casa para sacar dinero. Lauretta fue muy buena acogiendo a mis hermanos pequeños en la casa de mi hermano mayor hasta la recogida de los mismos, y su despedida fue tan efusiva como la de mis familiares.

Antes de que anocheciese, pasé a la Catedral. El Cristo del altar brillaba exuberante ante todas las velas que lo rodeaban. El Padre Domenico hacía sus ritos en silencio, pero cesó cuando me escuchó entrar.

- Dominique, hijo mío, acércate.

- Buenas tardes, Padre Domenico.

- ¿Qué te trae por aquí?

- Voy a comenzar un viaje, o algo por el estilo… -mis ojos seguían hinchados y húmedos.

- ¿A qué te refieres?

- Soy el pupilo de Ezio Lerroux, y hoy me ha citado pronto para comenzar una nueva vida, o algo así.

- ¿¿Ezio Lerroux?? –el párroco comenzó a caminar de un lado a otro, muy preocupado.

- Si. ¿Le conoce?

- ¿Ha dicho que vas a comenzar una nueva vida?

- Si, eso dijo.

- ¿Quieres que te diga lo que te va a hacer?

- No, queridísimo Padre Domenico –dijo Ezio, caminando a lo largo del pasillo central de la Catedral.

- Tiene derecho a saber a lo que se enfrenta.

- A una nueva vida como heredero de la fortuna Lerroux. ¿Es eso un pecado?

- Maldita sea, monstruo. ¡Tendrás que pasar por encima de mi cadáver si quieres llevarte al infierno a este pobre chiquillo!

- ¿Qué ocurre, Ezio? –pregunté un poco extrañado al escuchar la discusión.

- Nuestro amigo, el Padre Domenico, prefiere que vivas como uno más de su rebaño.

- ¿O del tuyo, demonio de las sombras? –gritó el Padre Domenico.

- Bueno, dejemos al chico decidir.

- Exacto, será lo mejor para él –dijo el Párroco, acercándose al altar.

- Bien, Dominique. Es tu momento. Si eliges al Padre Domenico vivirás de las sobras, de la pobreza, y morirás en el lecho de una familia que no aspira a nada salvo a lavar los trapos sucios de la alta nobleza.

- Y si eliges a Ezio Lerroux –dijo Domenico- condenarás tu alma cristiana al infierno de por vida. Tendrás lujo y todo lo que desees, pero tu vida terminará. Serás un cazador, un monstruo, que solo puede moverse por las sombras.

- ¿Qué eliges, Dominique? –dijo Ezio.

Y ahí estaba yo, en medio de un cura y de mi mentor. La luz de la luna daba al habitáculo un ambiente terrorífico, y un sudor helado recorría mi frente. Ezio me sonreía, y el Padre Domenico miraba tembloroso a mi figura.

- Llevo mucho tiempo esperando un cambio, Padre. Tomaré el camino de las sombras.

- Si es lo que deseas… Ezio, ¿dejas que le de un ultimo…?

- Claro, Padre. Te esperaré fuera, Dominique.

Ezio abandonó la Catedral. El Padre Domenico, con el semblante muy triste, me sentó en una silla al lado del altar y comenzó a sacar trastos de un armario pequeño. Tras eso, inició un salmo que duró unos diez minutos. Yo no entendía muy bien el latín, y simplemente me concentré en la figura del Cristo.

- Ya he terminado de darte la Extremaunción –dijo el Padre Domenico.

- ¿Extremaunción? Padre, no voy a morir.

Pero el cura recogió las cosas sin mediar palabra y se marchó. Yo abandoné la sala y encontré a Ezio charlando con un mercader.

- No entiendo nada, Ezio. El Padre Domenico acaba de darme la extremaunción. ¿Es que me vas a matar…?

- No exactamente. Ven, tenemos que hablar.

- ¿Sobre qué?

- Sobre tu nueva vida.

Un paseo larguísimo nos llevó a las puertas de la ciudad, donde nos esperaba un carro. Éste nos llevó a las afueras de la ciudad amurallada, a un palacete alejado de la gran Milán. Al entrar, una serie de criados nos acogieron y nos llevaron hasta un amplio salón. Me sirvieron una copa de vino, al igual que a Ezio, aunque percibí que su vino era más espeso.

- Tu nueva vida, Dominique, no es una vida como tal. El Padre Domenico ha hecho bien en darte la extremaunción. Si, vas a morir, pero eso no quiere decir que vayas a dejar de caminar entre los vivos.

- Señor… No creo en los cuentos de fantasía.

- Yo tampoco. Y no creo en ellos, son demasiado infantiles. Esto es mucho más serio.

- ¿Y qué se supone que es usted? ¿Un demonio?

- Ni por asomo. Los humanos suelen llamarnos “Vampiros”, pero entre nosotros no nos llamamos así.

- ¿Y como os llamáis entre vosotros? –En mi rostro apareció una sonrisilla, pero en mi interior temblaba de miedo.

- Bueno, a mi me llaman Ezio. Es lo más normal, ¿no?

- No entiendo nada…

- Mira, esto va a ser muy sencillo, Dominique –dijo mi mentor, levantándose de su asiento y acercándose a mi con las manos en la espalda- yo voy a crear un nuevo “Vampiro” para que sea él quien se ocupe de mi legado en el tiempo.

- Y ese Vampiro…

- Eres tú, Dominique.

Hubo un silencio. Comprendí al fin por qué el vino de Ezio era más espeso. El motivo, pues que no era vino, sino sangre.

- Te doy una última oportunidad. ¿Estas dispuesto a aceptar lo que te ofrezco? Tu poder será ilimitado, a la vez que inmortal.

- Creo –dije, con el miedo en mi voz- que no estoy preparado. Pero tampoco quiero decir que no a su amable propuesta.

- Entonces no esperemos más.

Y entonces, con un cuchillo, me sesgó la yugular.

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