jueves, 28 de octubre de 2010

14. Ser humano

Algo sorprendido volví a entrar en la gran mansión de Francesca. Estaba totalmente desierta, y sólo el chisporroteo de una chimenea sonaba en uno de los pisos superiores. Ese hecho me acongojó un poco, pero con algo de fuerza de voluntad subí las escaleras y me acerqué tranquilamente a la biblioteca donde se encontraba la anfitriona.
Dos grandes estanterías pobladas de tomos cubrían las amplias paredes de la habitación, que tenía al fondo de la misma la chimenea y en el centro dos sofás. Francesca se hallaba tumbada en uno de ellos, y leía un libro atentamente.
Fue entonces cuando, desde la puerta, me detuve a pensar en los inconvenientes de mi situación. La veía tan perfecta y bella que no podía resistirme a sus encantos, pero por otra parte y, siento más objetivos, ella era una simple botella a rebosar de alimento. Su calor y su pasión no servían de nada si hincaba mis dientes en su cuello, y ni pensar en el hecho de que ella se enterase de lo que yo era y soy, y que también se enterasen Federico y compañía después de su cordial proposición...

- Dominique -Francesca se percató de mi presencia y cerró el libro -¿Qué hace usted postrado en la puerta? ¿Es que no desea pasar?
- Si, perdóneme -dije, entrando -me quedé pensando en algunas cosas que me traen un poco inquieto últimamente.
- ¿Y podría decirme usted si es tan amable en qué piensa? -preguntó mientras me ofrecía asiento... en su propio sofá.
- No es nada importante -respondí mientras tomaba asiento. Tenía una postura normal, pero Francesca comenzó a inclinarse en mi dirección -han cambiado muchas cosas en muy poco tiempo y es muy difícil asimilar tantas nuevas facetas en mi vida.
- No se preocupe. Tener un nivel social mayor que el resto no es una carga, es un privilegio...
- No para alguien que se ha criado en la calle, cuidando niños y viviendo subordinado a la gente de esta supuesta clase superior. Aunque Dios nos creó a todos iguales, ¿por qué hay superiores? -haciendo esta reflexión noté su aliento en mi cuello -A mi parecer, el ser humano debería ser igual en todos los sentidos.
- He sido privilegiada desde que nací -repuso Francesca -y he tenido todo lo que he deseado. ¿Es que eso es malo?
- No has tenido que luchar cada mañana por conseguir llevarte un bocado a la boca, no has tenido que lidiar mil noches con fiebres de varios de tus familiares y no has tenido que...

Y no me dejó terminar la frase. Sus labios se unieron a los míos como si de imanes se trataran, con una pasión no propia de una persona humana. Su calor era contagioso, y su aliento sólo me producía... sed. Mucha sed.
Por eso, y por mi integridad, tuve que separarme. Un deseo muy humano y otro más sobrenatural me llevaban a lanzarme yo esta vez, y para aparentar traté de emular que me faltaba el aire. Concentrándome en mi patética actuación pude ver el rostro de total tristeza de Francesca, que en el silencio de la noche, perturbado sólo por el chisporroteo de la chimenea y de mi toma de aire, rompió a llorar.

Pasaron varios minutos y yo miraba con dolor a Francesca. Con mucho dolor. Aunque, bueno, era una excepción dentro de mi total falta de sentimientos. Porque, seamos sinceros, Padre... Estoy muerto. No siento ni padezco, me alimento de sangre y si mato al contenedor de mi dieta no me molesta en absoluto. Pero sus lágrimas me hacían sentir... humano.

- Francesca, yo... -yo no sabía qué decir en ese momento. Era la primera vez que vivía una situación así.
- Todo lo que he deseado siempre lo he tenido... -se levantó y me miró con ojos vidriosos, haciéndome sentir más monstruo de lo que ya era -y para una vez que necesito algo de verdad, no puedo tenerlo. Quizá no merezca este privilegio.

Tras decir esto se dirigió a la puerta y se apoyó en su marco, mientras apoyaba la mano que le restaba en su pecho.

- Es tarde, señor Lerroux. Vuelva a casa, querrá descansar.
- Espera -a una velocidad inhumana me acerqué a ella, pero no pareció notarlo -no quiero que te encuentres así por mi culpa...
- No es su culpa, sino la mía. Buenas noches.

Y se marchó por el largo pasillo. Al final de éste, una de las asistentas esperaba a su señora, la misma que me topé al darme la vuelta tratando de escapar de los secuaces de Federico.
Y, hablando del rey de Roma, a mi espalda apareció este personaje, que sonreía gustosamente.

- Me ha gustado mucho que contuviese sus instintos, Señor Lerroux -dijo, acompañándome casi forzosamente a la puerta -Como comprenderá, ya conocemos su secreto, y debido al estrepitoso éxito de su intachable etiqueta, dudo que la señora quiera verle a usted de nuevo. Por tanto, seré conciso: Marco está deseando hincarle el diente literalmente. Por tanto, si usted se acerca a las tierras de la señorita Molinari, recibirá una agradable sorpresa de un valiente guerrero de Gaia.
- Sigo sin entender nada... -dije, ya en la puerta -¿qué diantres se supone que es usted y sus compañeros?
- ¿Es usted una sanguijuela y no le han contado qué soy yo? -las carcajadas de Federico retumbaban en el Hall -aunque sean puramente mitos, nuestra historia y su historia van íntimamente ligadas.
- A mis hermanos les leía cuentos normales, no relatos de terror.
- ¿Nunca ha oído hablar de ese hombre que, a la luz de la luna llena, cambia de forma radicalmente? Es un cuento muy popular...
- No puede ser... -dije, asustado. Parece que Federico lo notó, porque sonreía aún más -¿sois reales?
- Amigo mío -dijo, ya cerrando la puerta -ahora todos los cuentos y relatos de seres fantásticos que has leído cobran sentido. Que pases una buena noche, vampiro. Puede que no te queden muchas más que disfrutar.

Y, entre los árboles circundantes, y bajo la luna llena, un aullido rompió el silencio.

martes, 26 de octubre de 2010

13. Mantenga las distancias.

Ah, aún recuerdo cada detalle de aquella noche. De aquella y de todas las que pasé a su lado, y no necesariamente entregándonos a nuestras pasiones. Bella, inteligente, astuta, simpática y muy romántica. ¿Qué más podía pedir además de estar a su lado?

Quizá estar vivo, o quizá no haber conocido nunca a sus criados...

El hall era magnífico. Todo estaba adornado con detalles rojos y dorados, y en cada mantel, alfombra o telar estaba bordado el símbolo de su familia. Una escalera central se partía en dos a media altura y daba a la primera planta. Justo en la pared donde las escaleras tomaban direcciones distintas había un bello retrato de la anfitriona, y pequeños cuadros lo secundaban.

- Han pasado ya cuatro noches desde que no nos vemos, Dominique -dijo Francesca, tomándome del brazo y caminando lentamente a mi lado. El criado cerró la puerta principal y desapareció en la nada. Estábamos solos.
- ¿Es que lleva usted la cuenta de las noches que no me ve? -pregunté sorprendido. Me confundía que un ser casi perfecto como era ella se preocupase por mí.
- Realmente, y aunque no lo parezca, yo le veo a usted cada noche. Es cerrar los ojos y, en la penumbra del fondo de mis párpados, puedo verle a usted.
- ¿Y qué extraños designios tiene el señor para mí? Si soy yo su objetivo, mi ángel, algo tendrá en mente...
- Mi objetivo esta noche es pasar una velada agradable. ¿Es que acaso es algo malo, Señor Dominique? -una sonrisa algo pícara delató su lado más informal.
- Sigo pensando que está mal no rezar por pasar la noche con usted. ¡Debería estar prohibida por la iglesia! Todo su ser incita a un hombre como yo al pecado...
- Deje de decir tonterías, le enseñaré todos los recovecos de mi casa.

Parecía que Francesca no notaba que yo estaba algo más frío de lo normal, y más pálido. Mientras caminábamos, apoyaba su cabeza en mi hombro, e iba describiendo cada habitación casi mecánicamente. Su verdadero foco de atención era la sonrisa casi infantil que me producía estar con ella. Al fin, y tras un largo paseo, llegamos al gran comedor.
Una sirvienta, sonriente, me acomodó en mi asiento y se marchó a todo correr. Francesca, justo enfrente mía, fue acomodada por otra sirvienta, casi al son de su compañera. Federico me miraba de una forma un tanto extraña desde detrás de su señora, pero no me fijaba demasiado en aquello.
Mirando a Francesca, y ella mirándome a mí, dejamos pasar el tiempo. Casi sin darnos cuenta, las dos jóvenes que nos acomodaron trajeron todo tipo de manjares que parecían estar increíbles... pero que alguien como yo no podía degustar. También me sirvieron vino y me acercaron pan recién hecho. Al ver y oler todo esto comencé a sentirme algo nervioso. Todo parecía exquisito, pero yo no podía comerlo, ya que mi dieta se basaba (y se basa) en sangre.
Entonces, Francesca tomó su copa y la alzó. Yo también tomé la mía y brindé, y traté de beber del contenido de la copa. Creo que me puse más pálido aún, porque Francesca me miró preocupada.

- ¿Ocurre algo, Dominique? -preguntó ella.
- No me siento demasiado bien en cuanto al comer se refiere, mi señora -respondí, tratando de disimular. El vino en mi estómago me hacía sentir asqueado y mareado.
- Es cierto, señorita Molinari -dijo Federico desde detrás -sólo mire su color de piel, está pálido.
- ¿Y qué haremos con toda esta cena? -preguntó Francesca preocupada, pero después tornó su expresión y miró a Federico -Creo que hoy podéis daros un festín tu familia y tú, amigo mío.
- Le estoy eternamente agradecido, señorita Molinari -dijo Federico con una sonrisa de oreja a oreja. Con un chasquido de los dedos, las dos chicas entraron y comenzaron a llevarse los platos de la sala.
- ¿Podría pedirle a mi señora un momento personal para tomar el aire? -pregunté, con el mareo en aumento -quizá después me sienta mejor...
- Por supuesto, Dominique -dijo Francesca, levantándose -yo comeré algo y le esperaré en la biblioteca. No tarde.

Salí caminando relajadamente de la sala, pero cuando perdí de vista a Francesca corrí como una gacela a la puerta, que misteriosamente ya estaba abierta. Busqué un lugar fuera de los puntos de visión de las ventanas y vomité el pequeño sorbo de vino que había ingerido. Cuando terminé y levanté de nuevo la mirada, pude ver a Federico acompañado de una de las criadas y de un joven, ataviado como si de un mercader se tratase.

- Es increíble, no puedo ni beber vino -dije entre risas, tratando de disimular -¡y estaba delicioso! Pero mis entrañas están un poco... cómo decirlo...
- ¿Muertas? -dijo el joven, con tono despectivo. Era un hombre de mi estatura, pero muchísimo más ancho de espaldas, con una melena castaña anudada en una coleta, ojos negros, facciones muy cuadradas y barba.
- Marco, cállate -dijo Federico -Que sea una criatura del Wyrm no significa que tengas que dejar tus modales de lado.
- ¿Disculpe? -respondí, con una mezcla entre resentimiento e incertidumbre.
- Disculpe usted los modales de Marco. Es muy joven, y algo maleducado -repuso sonriente Federico.
- Me refería a su afirmación ante la extraña respuesta de su compañero... -no sabía por qué motivo, pero noté que alguien más me miraba. No sabía de donde, pero me miraban.
- Verá, la señorita Molinari tiene acceso a los mejores manjares que pueda imaginar, pero si le soy sincero, aún no la hemos visto tomar sangre humana fresca, y dudo que lo haga.
- ¿Estás seguro de que es...? Hay mucha vida en sus ojos -dijo la criada, vestida como tal. Era bajita y tenía el rostro redondo y cabellos rubios.
- Hay muchos de su calaña que aún conservan algo de humanidad, Marina -respondió Federico. Creo que yo en ese momento no sabía qué decir, porque no sabía cómo diantres conocían mi secreto.
- ¿Por qué estamos hablando con esta sanguijuela? -dijo Marco desde detrás -¡Dejad que me encargue de él! -Pero, con una simple mirada de Federico, el joven detuvo su avance y miró a otro lado.
- ¿Qué está ocurriendo aquí? Exijo una explicación -tardé en crear esa frase varios minutos, era todo lo que se me ocurría decir.
- Verá, somos un grupo unido y fuerte, y no vamos a permitir que usted torne a Francesca en un vástago más -dijo Federico, tajante -por tanto, espero que usted guarde unas distancias con ella esta noche o tendré que tomar medidas personalmente.
- No sé de qué están hablando, pero yo tengo asuntos que atender -terminé esta conversación con esta frase. Pero al darme la vuelta noté qué me estaba mirando. Eran dos lobos, uno de cabello rojizo, y otro completamente negro. Junto a ellos estaba la otra criada, más alta y delgada, con el cabello moreno y los ojos de color miel. Cuando traté de moverme, los cánidos gruñeron de forma sonora, y la criada sonrió.
- Mantenga las distancias, Señor Lerroux -escuché a mi espalda, la voz era de Federico -es por su propio bien. ¡Vamos, chicos! ¡La cena está servida!

Con este gesto, los lobos dejaron de atenderme y salieron corriendo detrás de Federico. La criada que tenía delante pasó a mi lado sin siquiera mirarme, y al darme la vuelta vi como Marco caminaba casi de espaldas mirándome. Sonreí y levanté la cabeza, dando a entender que no tenía miedo, y fue entonces cuando pude ver algo que me hizo temblar.

Marco se tornó en lobo y se marchó gruñendo detrás de Federico.

domingo, 24 de octubre de 2010

12. De mi hogar al cielo.

Y por fin anocheció. Las lágrimas de mi hermana habían empapado mi camisa, pero eso era lo de menos. Aún guardaba su calor en mi helado cuerpo y su sonrisa en mi corazón. Al caer la noche, noté que ya podía salir y abrí las ventanas. La gente volvía a sus casas después de un día agotador y la luna brillaba imponente en el cielo. Luna llena, por cierto. Con algo más de luz pude ver que en la mesa del comedor había algo de ropa, que tuvo que traer Martina antes de que yo llegase al amanecer, porque olía como ella.
Mi hermana se fue a las habitaciones a buscar algo, y yo mientras me cambié. Miré mi torso cuando era sólo la camisa lo que me quedaba por poner, y comprobé la rojez que dejó Lauretta al estar apoyada ahí durante horas. Unos pantalones ceñidos, unos zapatos rojos y la camisa del mismo color sería la que usaría para mi cena, y mientras admiraba los detalles bordados negros de mi camisa me fijé que mi hermana estaba observándome desde la puerta.

- Maldita sea, Dom -dijo, algo boquiabierta -¿Cómo has hecho para mejorar tanto tu cuerpo en tan poco tiempo? Recuerdo que estabas estilizado, pero no tanto...
- Si, yo también me fijé que había cambiado bastante... Cosas de estar muerto.

Me puse la camisa y Lauretta se acercó a mí para colocar los faldones mejor de lo que yo pude haber hecho nunca. Me peiné y perfumé y me dirigí a la puerta, pero antes de salir noté que una mano tiraba de mi hombro hacia atrás.

- Dominique, ¿es cierto que esta será la última vez que te vea? -dijo ella, temblorosa -no puedo o no quiero creérmelo...
- Es necesario que sea así -respondí -No me resultará agradable veros envejecer y morir, y que yo sea eternamente joven...
- ¿No podrás siquiera saludarme a veces cuando vengas por aquí?
- No creo que sea una buena idea -me sentía mal diciendo aquello, pero era cierto.
- Si es así, entonces deja que haga algo.

Mi hermana se acercó a mí y me rodeó con sus brazos sobre mis hombros. Yo también la abracé, pero me di cuenta que ella no estaba abrazándome. Cuando quise darme cuenta, noté el peso que ahora mi cuello sustentaba. Era un colgante de plata con una cruz negra que tenía engarzadas varias joyas de color rojo. El hecho de que fuese una cruz me repelía, pero algo en ella me hacía sentir bien.

- Esta joya la he llevado siempre, me la regaló la abuela cuando yo tenía 3 años.
- Recuerdo aquel momento como si fuese ayer... -y era cierto. Aún vivíamos en Toledo, y recuerdo cómo mi abuela le puso el colgante a la mayor de mis hermanas.
- Ahora quiero que lo lleves tú. Así tendrás una parte de tu familia, y sobre todo mía, allá donde vayas.

Y fíjese, Padre. Aquí la tengo. Tengo más de medio milenio a mis espaldas y esta cruz no se ha despegado de mí, ni lo hará. Puede que Lauretta ahora no sea ni polvo, pero está viva en mi corazón. Quiera que no, esa es la forma de recordar a nuestros difuntos...

Me despedí de ella y me fui a gran velocidad a las puertas de la ciudad. Allí había un carromato, en el cual un hombre estaba apoyado mirando al cielo.

- Disculpe -dije amablemente. El cochero se estiró ante mi presencia -¿está esperando a alguien?
- Si, mi señor -respondió algo asustado -Estoy esperando a un simple campesino.
- ¿Cual es el nombre de este campesino, si es menester conocerlo?
- Dominique Lerroux. Mi señora me ha mandado aquí para recogerle. El problema es que llevo ya esperando bastante tiempo y ese bastardo no aparece...
- Pero, amigo mío, si está usted ante él... -sonreí. Al decirle esto, el cochero me miró de arriba abajo, y a continuación comenzó a negar con la cabeza.
- Disculpe mi osadía, signore, pero usted no puede ser un simple campesino.

Fue entonces cuando decidí hacer uso de mis dotes. Ya que las tenía, tendría que aprovecharlas. Miré a los ojos de aquel buen hombre y dije:

- Soy Dominique Lerroux. Llévame ante Francesca ahora.

El cochero asintió y me abrió la puerta del carromato. Yo entré de forma señorial y me senté en el asiento de piel roja de aquel habitáculo, y partimos de inmediato.
De camino a la mansión de Francesca pude ver la mía propia a unos metros del camino. En la ventana del salón, y gracias a la luz, pude ver una figura que miraba en mi dirección. También vi el carromato de Frederick, y supuse que era él.
A unos minutos de mi gran estancia, el coche paró. Asomé mi cabeza por la ventana y vi las puertas de una gran reja que se abrían lentamente. Tras ellas, un jardín daba entrada a una de las mansiones más lujosas que jamás imaginé: Era de color beige, con detalles blancos y algunas enredaderas en los muros. La entrada estaba secundada por columnas de estilo griego antiguo y los ventanales eran amplios, con cortinas de diferentes colores.
El coche pasó la reja y estacionó a las puertas de aquella maravilla arquitectónica. La puerta se abrió y bajé con un saltito. Miré a la puerta, que se encontraba entreabierta, y en la cual me esperaba un hombre de unos cuarenta años muy bien vestido. Me miró de forma altiva y preguntó algo al interior de la casa. Asintió cuando recibió la respuesta y sonrió en mi dirección.

- Buenas noches, signore -dijo con bastante clase -La señorita Molinari tiene esta noche una cena personal, pero si quiere puede usted dejar el recado y ella lo atenderá encantada cuando termine.
- Buenas noches a usted también. Mi nombre es Dominique Lerroux, y la señorita Molinari esta noche tiene una cena con un servidor. Pregunte, seguro que se agradará de saber que soy yo a quien espera.
- No se adapta usted a los requerimientos que la señora nos describió. Supuestamente, era un campesino, y no un noble.
- La rueda de la fortuna fue buena conmigo. Ahora dígame dónde puedo encontrar a Francesca.
- ¡Maldita sea, Federico! -gritó una dulce voz desde el interior -¿Quieres dejar entrar al invitado de una vez y dejar de juzgarle?
- Pero mi señora, éste hombre no se adapta a las descripciones que usted nos dio...
- ¿Es que tengo que hacerlo yo todo? ¡Diantres! -dijo más relajada aquella voz -Ya salgo.

Y la hoja de la puerta se abrió un poco más. Tras ella pude contemplar a la protagonista de mis sueños, al ángel caído del cielo, a la perfección personificada. Con un vestido amarillo con toques negros, muy ceñido en la cintura y con mucho vuelo, Francesca dirigió su atónita mirada de color miel a mi nueva y pulida imagen. Su cabello castaño recogido en una trenza que caía sobre su hombro derecho y el collar de oro que se recostaba sobre su pecho hacían de ella una musa.

- Dominique... -dijo, saliendo de su asombro -¿eres tú?
- ¿He llegado puntual, mi señora? -respondí haciendo una reverencia -Si mal no recuerdo, un ángel me dijo que a esta hora y en este lugar tendría lugar una velada maravillosa...
- No puede ser... ¿A qué se debe el cambio extremo al que se ha sometido?
- Una grandioso regalo del Señor. Ezio Lerroux me hizo heredero de todas sus posesiones.
- ¿Qué tal se encuentra él? -preguntó, sonriendo como una niña y preguntando por preguntar.
- Temo decirla que murió. Una pena, si le soy sincero...
- Rezaremos por él. ¿No quiere pasar?
- Sería un honor...

Y crucé el umbral de la puerta. La puerta a mis sueños y deseos.

sábado, 23 de octubre de 2010

11. No abras la puerta.

Fuego. Creo que todos los vástagos coincidimos que este elemento no es nuestro acompañante. Acerca alguno de los derivados de nuestro flamígero enemigo natural y correremos como ratones buscando un refugio seguro. El problema es que el pequeño ratón sabe lo que hace, y nosotros no. A esto lo conocemos como Rötschreck. Sólo lo he vivido una vez, y fue la mañana del lunes 1 de Diciembre de 1554. Justo donde me quedé narrando mi historia.

No recuerdo qué soñé exactamente. No recuerdo cómo llegué allí ni dónde estaba, pero mis ojos se abrieron sin explicación ninguna. Todo estaba oscuro, la penumbra cubría la sala en la que me encontraba y el ruido de las calles hacía acto de presencia. El ruido de la gente comerciando e interactuando con el entorno... a las doce de la mañana.
Y fue entonces cuando lo sentí. Una llave se insertó en la ranura de la puerta y comenzó a girar. Mi cabeza giró instintivamente hacia el lugar, pero no conseguía ver qué ocurría. De la nada, la madera chirrió y dejo ver un pequeño halo de luz.
Fue entonces cuando yo dejé de ser lo que soy. Noté que ese fuego interno que se apoderaba de mí en los peores momentos volvió a quemarme la columna vertebral y me lanzó contra la oscuridad, dándome un golpe seco y sordo contra una pared. Arrastrándome por la pared, con una indómita energía, encontré la esquina contraria al lugar donde la luz solar iba haciendo acto de presencia, y el fuego interno estalló. Golpeé la pared con toda mi fuerza para tratar de abrir un hueco por donde escapar. No escuchaba nada, sólo los restos de pared que caían al suelo. Hasta que al final pude escuchar.

- ¡Dominique! ¿Qué demonios haces? -era una voz de mujer, pero en ese momento sólo pude responder lo que un loco hubiese hecho.
- ¡CIERRA ESA MALDITA PUERTA!

Para pasar, la mujer del otro lado la abrió aún más y eso me hizo golpear con más fuerza. Los cimientos de aquel habitáculo temblaban con el contacto de mis puños, y la luz se iba acercando más a mí.

- ¿Qué te pasa, Dom? Me estás preocupando.
- ¡CIERRA LA PUERTA O TE MATARÉ! -Aquel que respondió no era yo, era el fuego interior que me controlaba.

Y la puerta se cerró. La oscuridad volvió y con los puños desollados pude volver a pensar con claridad. Por costumbre, que no por necesidad, suspiré profundamente. El peligro había pasado. Aún apoyado en aquel destrozo de pared, traté de apagar la llama que me quemaba por dentro. Y lo conseguí, por suerte.
Entonces fue cuando me dio por escuchar lo que había a mi alrededor. Entre el ruido de la gente, que había cesado radicalmente, escuché unos sollozos. Unos sollozos que estremecieron lo poco que quedaba de mi humanidad. Con mis sentidos más agudos y con suavidad, busqué el origen de los lloros y abracé a la persona con todo el cariño que quedaba en mí.

- Perdóname, Lauretta -dije, a punto de llorar -no puedes imaginarte lo que esto conlleva...
- El Padre Domenico me dijo que estarías aquí esta mañana -dijo mi hermana, que temblaba de miedo -pero jamás pensé que habrías cambiado tanto. Pensé que un monstruo había invadido nuestra antigua casa...
- No se aleja tanto de la realidad, hermanita -respondí -esto es en lo que me han convertido.
- Dominique, no eres un monstruo -trató de abrazarme con todas sus fuerzas, pero entonces pudo comprobar que mi cuerpo había cambiado, ya que además de seguir congelado, la dureza de mi piel hizo que su escasa fuerza no tuviese efectos.
- Sólo quiero que caiga el sol. Y que nadie más abra esa puerta hasta entonces.

Lauretta permaneció un par de horas abrazada a mí, tratando de buscar lo que su hermano era, pero horrorizado comprobaba con cada apretón o con cada caricia que algo había cambiado en mí.
Después de que su tacto la demostrase mi cambio, buscó a tientas una vela y la encendió. Entonces pude ver lo que quedaba de mi casa desordenada, con todo tirado por los suelos y un gran boquete en la pared, cubierto de escombros. Su rostro estaba demacrado, ya que había llorado durante largo rato, aunque vi en ella algo de mí. También tenía el cabello moreno y la mirada del color del cielo, pero ella tenía un rostro más fino y unas facciones suaves y tersas.

- Estás pálido -dijo ella cuando acercó la vela a mi rostro. Esto me hizo sentir algo incómodo, pero pude controlar mis instintos.
- La vida cortesana da muchos dolores de cabeza -respondí, mostrando una falsa sonrisa.
- No eres un cortesano, Dom. Y nunca lo serás. Somos campesinos, miembros de la familia Lerroux de campesinos...
- Y el Señor Lerroux, que es noble, me ha dado todo lo que posee -traté de mirar a otro lado para que no viese mis cambios de expresión. Lauretta era la única que sabía lo que escondía al mirarme.
- ¿Tan ocupado estabas con tus nuevas posesiones que no te diste cuenta de algo importante? ¡Antonio fue asesinado! -mi hermana comenzó a ponerse nerviosa, pero era normal.
- Ya lo sé. El padre Domenico me lo comunicó, y estuve toda la noche rezando por él.
- Aún así. Que no acudieses a su entierro...
- Recuerda, Lauretta: Yo no debería estar aquí. Todo esto había terminado. Soy un noble.
- ¡Eres un esclavo disfrazado de gentilhombre! Te conozco demasiado.
- No. Ya no me conoces. Dominique murió hace cuatro noches.
- Si, ya. Pues tu cadáver sigue caminando, y eso es imposible. No me engañes, y salgamos a tomar el aire.
- ¡NO! -con una velocidad inmesurable me puse delante de la puerta -Nadie abrirá esta puerta hasta que anochezca.
- Pareces uno de esos chupasangres de las historias de mamá para irnos a dormir... -Lauretta me miraba extrañada, y al decir esto un brillo extraño se apoderó de su mirada.
- Quizá las historias no sean de ficción, después de todo...
- Dominique...
- No se lo puedes decir a nadie. Se supone que yo he muerto, me dieron la extremaución y desaparecí de Milán, pero no vivo tan lejos.
- Entonces... te alimentas de...
- Si, pero ahora no necesito hacerlo. Y jamás te haría algo así a tí.
- ¿Y qué harás cuando caiga el sol?
- Desaparecer. No volverás a saber nada de mí.
- Entonces deja que te abrace, ya que será la última vez que lo haga...

Y me abrazó hasta que anocheció.


jueves, 21 de octubre de 2010

10. El día del Señor.

Desperté en mi cama al escuchar el pequeño golpe que la puerta daba al ser cerrada. Martina ya había dejado el agua caliente preparada frente al espejo para poder lavarme y vestirme. Aunque fue difícil levantarme con media Judith como Dios la trajo al mundo encima mía, pude alcanzar ese espejo y comenzar a lavarme. Introduje las manos suavemente en el agua, que aún humeaba, y acerqué mi rostro al cuenco. Unas pequeñas gotas salpicaron en el propio recipiente al caer, y cuando levanté la mirada al espejo para mirar mi cara empapada, pude ver sus ojos clavados a los míos, reflejados en el espejo.

- Buenos días, Dom -dijo, sonriente.
- Buenos días a ti también -respondí, algo resignado.
- Parece que te has levantado de mala guisa...
- No, simplemente me estaba lavando, ¿por qué debería estar mal?
- A nadie nos gusta despertarnos por la mañana... -dijo ella, acercándose a la puerta para marcharse -a pesar de que nuestras mañanas comiencen al caer el sol, y no al levantarse...

Salió sin más de mi habitación. Aunque el agua hacía ruido, pude escuchar la leve pero aguda exclamación de sorpresa de Martina al ver a Judith, además de lo que ésta respondió. "¿Por qué te sorprende algo que ves cada mañana al despertar?". Se olvidó que hay algo llamado Vergüenza y Educación para estas ocasiones, y que por lo menos pudo haber esperado o haberse tapado.

Ese día andaba un poco extraño. Sentía que algo me faltaba, a pesar de haber podido disfrutar de los placeres de la carne. Podía presumir de morir virgen, pero supongo que no muchas personas pueden decir que hayan tenido actos de alcoba después de muertos. Por lo general, están muertos. Y yo también lo estoy.
El desayuno, por parte de Martina, no me sentó como siempre. Y tampoco las caricias por debajo de la mesa de Judith, que esa noche llevaba puesto un traje negro con detalles azules que estilizaba su figura al máximo.

- Buenas noches, amigos míos -dijo Frederick, entrando como siempre: Sin llamar -¿Qué tal habéis despertado este domingo?
- Desnuda y feliz, Frederick -respondió sin ningún pudor Judith. Martina volvió a escandalizarse al recordar la imagen y yo no pude contener un suspiro de abatimiento.
- Vaya, ¿y a qué se debe dicho despertar? -preguntó con curiosidad Frederick.
- Hoy puedo decir que Dominique es un poco más hombre de lo que era ayer.
- No creo que esas cosas deban salir de la alcoba en la que yacimos ayer, Judith -respondí enojado. En esta ocasión, por cómo actué, si se sintió dolida.
- No, Dominique. Eso es una buena noticia, ¿sabes? -dijo Frederick, acercándose a la afectada y consolándola apoyando sus manos en los hombros de la joven -acabáis de demostrarme que, además de que estáis aprendiendo a usar vuestra sangre para algo más que llorar y llamar la atención, también la usáis para recuperar vuestras funciones vitales. Incluso también me habéis demostrado que queda algo de humanidad en vosotros, cosa que muchos vástagos no pueden asegurar a día de hoy. Os felicito.
- Qué noticia... Por hacer lo indebido soy más humano... -dije entre dientes.
- ¿Indebido? -preguntó Frederick, acercándose a mí -¿Es que disfrutar de los placeres de la carne y la lujuria es indebido? ¿Es que pasar de ser un niño a un hombre es indebido?
- Estas cosas, si no son después del matrimonio, son pecado -crucé mis brazos en señal de desaprobación.
- Ah, ya sé qué te ocurre, amigo -Frederick enarcó una ceja y se dio la vuelta para dirigirse a la puerta -Ven conmigo. Tu quédate, Judith. Hoy es una noche sólo de hombres.
- Lo que me faltaba... -con esta frase, Judith se levantó de la mesa y se dirigió a la sala de estar, farfullando miles de insultos y perjurias.

Durante el camino, Frederick miró por la ventana y estuvo dubitativo. No respondía a mis preguntas del destino de nuestro viaje. A la entrada de la ciudad pude ver de nuevo a la gente caminando por las calles ataviada con sus mejores prendas. Estaban los de siempre, como siempre. Aunque ellos ya no me reconocían.
Volvimos a parar en el Duomo de Milán, y cuando bajé del carromato la puerta se cerró repentinamente. Frederick había apartado al cochero y se había puesto a las riendas del vehículo.

- Frederick, ¿qué demonios ocurre? -pregunté extrañado.
- Dom, sólo llevas cuatro noches como un ser del Mundo de las Tinieblas -dijo suavemente -y en cuatro noches has matado, has extendido la maldición de Caín por el mundo y te has entregado a los placeres de la carne. Creo que deberías hablar con el que habita en los muros del Duomo.
- El padre Domenico...
- Nos veremos después. He de hacer ciertas cosas. ¡Arre!

El carro se perdió en la oscuridad de la noche milanesa, y mis pasos se dirigieron a la Catedral. Al principio me costó varios minutos entrar, y era normal. Yo estaba muerto, iba en contra de las reglas propuestas en la Biblia y notar la fe que desprendía el lugar me hacía temblar de miedo, pero yo también tenía fe en Dios, y fue lo que me movió a entrar.
Había una persona esperando pacientemente a entrar al confesionario, con la cual quedé en dejar pasar antes que yo. Hasta que ese hombre terminó con su confesión, estuve en la primera fila, donde siempre me ponía. Recordé cómo Francesca se acercó a mí en ese mismo lugar y cómo se insinuó delicadamente. Entonces recordé que al siguiente amanecer yo había sido convidado a cenar en su casa, y pensando en cómo ingeniármelas para llegar a tiempo a la cita llegó mi turno.
Entré en el habitáculo pequeño y me puse de rodillas. Estaba a oscuras, no veía nada, pero era mejor así.

- Ave maría Purísima -dije.
- Concepita senza peccato. Pensé que no volverías nunca a este lecho, Dominique -El padre Domenico aún conocía mi voz.
- Era hora de regresar, la verdad. Toda mi vida ha cambiado desde aquel día...
- Es normal, hijo. Porque ya no tienes vida. Te dejaste llevar por los designios de Lucifer y ahora eres uno de sus discípulos.
- Padre, si fuese discípulo de Lucifer jamás hubiese vuelto a confesarme de mis pecados.
- Tienes razón, hijo mío. Cuéntame.
- En cuatro noches he hecho cosas atroces. Cosas que jamás pensé que un simple campesino podría hacer, y me siento arrepentido.
- No viniste al entierro de tu hermano. Todos tus familiares lloraron por él y tú no estabas presente para hacerlo...
- Porque yo le maté.
- ¿Fuiste tú?
- No tenía otra alternativa. Mató a otra persona, a la cual también convertí en mi chiquilla, y con la que he caído en los placeres de alcoba.
- Maldita sea, Dominique Lerroux, ¿en qué pensabas para hacer estas atrocidades? Dios debería castigarte severamente...
- Lo merezco, padre Domenico.
- Bien, ve a tu sitio de siempre y reza rosarios hasta el alba. Yo mientras prepararé la casa que dejaste para que pases la mañana allí. También hablaré con tu encargado. Pero no falles a tu palabra.
- Gracias, padre.
- Gracias a tí, hijo. Vamos, ve rápido a enmendar tus errores.

Y allí pasé la noche, rezando por mi alma.

martes, 19 de octubre de 2010

9. Demasiadas explicaciones.

¿Alguna vez ha escuchado un discurso de media hora y admirado cómo lo hacían? Yo supongo que sí, no creo que a un cura no le den de su propia medicina... Pues bien, a mí me dieron de mi propia medicina. ¿Usted se cree? Cientos de personas frente al Duomo di Milano admirando la belleza de una sola mujer. Los hombres sonreían, las mujeres miraban con odio y envidia y los niños se unían a su danza. ¿No se da cuenta, Padre? ¡Esto sólo puede ser parte del poder divino!

O por lo menos, la experiencia me hace cada vez más creyente. Me confieso a menudo, como ha podido comprobar, y creo en Dios como el día que me engendraron, bautizaron y entregaron mi primera Comunión. Aunque he visto cosas que Dios no quiere que su rebaño conozca. Yo tengo una mínima parte de su poder, y eso es lo que me hace seguir vivo. Si es que se le puede llamar así...

Cuando terminó su hipnótica danza, se agachó y sonrió a los niños. Éstos la abrazaron y siguieron con sus juegos hablando de la "Bailarina de la Luna", porque era muy blanca y se movía con la belleza del astro que protagonizaba cada noche. Se levantó, nos dirigió una mirada y una sonrisa casi infantil, mientras volvía caminando normalmente. Yo miraba un poco boquiabierto su regreso, pero Frederick aplaudía con fiereza y pasión.

- ¡Bravissimo, ammirevole, perfetto! ¿Ves, Dominique? Hiciste bien en dejarla viva, tiene un poder inimaginable...
- Ya lo creo... -dije, mirando de nuevo a las calles de los alrededores -pero yo también lo hice ayer en el baile, no estoy tan impresionado.
- Sin embargo -respondió Judith, que ya estaba a mi lado. Era muy ligera y rápida -a mí me miraban porque me amaban. Fíjate en los niños. Seguro que un hombre como vos jamás conseguiría con una sonrisa hacer que los más pequeños se acerquen a usted.
- No me tientes, Judith.
- Vamos, Dominique. Mírame, y verás que no te miento...

Y ocurrió, Padre. Esos ojos verdes se clavaron en el fondo de mi corazón, esa sonrisa me hizo palidecer aún más de lo blanco que soy y esa sonrisa avivó mis sentidos sacando energías de algún lugar que yo jamás imaginé que existía.
De esa noche no puedo recordar mucho más, si le soy sincero. Estaba total y completamente centrado en sus palabras y acciones. Frederick, allí presente, comenzó a vitorear. Pensaba que había creado un ser mucho más poderoso que el mismísimo chiquillo de Ezio Lerroux, y repetía que debía ser de una quinta o cuarta generación, lo que yo no entendí muy bien, y que supongo que usted no entenderá. No se preocupe, todo tiene una explicación.

Mi sangre tiene una pequeña parte de la sangre de nuestro creador: Caín. Si, el hermano de Abel. Usted se sabe la biblia, no veo necesario contarle toda la historia, ¿no cree? Pues bien, el castigo divino fue el crearle en lo que, en parte, los de nuestra especie somos.
Caín engendró a Enoch, Zillad e Irad. Esos son la Segunda Generación. Estos tres crearon a otros siete vampiros, que son la Tercera Generación, más conocidos como los Antediluvianos, por eso de que fueron creados antes del Diluvio Universal. Sus chiquillos son la Cuarta Generación, y así sucesivamente.
La sangre de Caín, la que nos da poder, va perdiéndolo con cada generación. Cada vez que creas un nuevo vampiro le das Sangre de Caín, una pequeña parte, y en él hay menos de la que tú tienes. Si él engendra otro vampiro, le dará su parte de Sangre de Caín, muy mezclada con la suya mortal, y habrá un momento que el verdadero poder de Caín se perderá.

Pero seguiré con mi historia, que parece que le entretiene saber qué soy.

Recuperé la consciencia a eso de las cinco de la mañana. Yo estaba tumbado en mi cama y el ambiente era más tenebroso que de costumbre. Miré mi cuerpo y en él no quedaba una sola prenda. Asustado, me tapé con mis sábanas y miré a todas partes: No había nadie.
O eso parecía. Parpadeé y apareció. Centésimas de segundo y su verde mirada se volvió a posar en mis azules pupilas.

- Dominique, no seas un chico malo y haz que pasemos una buena noche... -su voz era casi un murmullo, sensual e insinuante.
- ¿Pero qué demonios...? ¿Cómo has sido capaz de desnudarme? No es tan fácil.
- Simplemente dije que lo hicieses y actuases -con una de sus manos recorrió mi pierna, cubierta por la sábana de mi cama -No puedes resistirte a mis encantos...
- Judith, no... ¡Cáspita! Quita la mano de ahí antes de que me enfade de verdad -sonreía como si de una niña pequeña se tratase. Se puso de rodillas, más erguida, y me miró como si lo que decía no tuviese interés. También buscaba algo en su espalda -No veo correcto que a la tercera noche tengas estos perversos deseos conmigo. ¡Soy un hombre decente! Sólo quería sacarte de aquel baile para... Para...

Fue en ese instante cuando su vestido recorrió su cuerpo y quedó tendido en mi cama. Su cuerpo, aunque pálido, brillaba intensamente con la luz de las velas. Casi reptando se acercó hasta mi estupefacto rostro, recorriendo antes mi cuerpo, y me besó sin preguntar.
Suavemente me dejé caer sobre la cama, disfrutando de sus fríos labios. Ella se acopló mágicamente a mi figura y terminó tumbada sobre mí. Mis manos ya no actuaban ante mis órdenes, simplemente dibujaban cada trazo de su espalda, rozando cada línea y buscando un lugar cómodo donde asentarse en sus caderas.
Misteriosamente, la sábana que me cubría dejó de hacerlo y el contacto entre nuestros cuerpos fue total. La falta de calor de nuestro interior no parecía notarse en absoluto. Es más, yo sentía calor, a pesar de lo que soy.

Como comprenderá, Padre, no le voy a dar detalles de lo que sucedió. Usted está casado con Dios y le prometió serle fiel hasta la muerte, y creo que mi forma de narrar le gusta a usted en gran medida. Y dígame, ¿por qué sigo interrogándole para saber dónde está el clavo si parece que usted lo guarda en su entrepierna?
Perdone, ya sabe. Tanto tiempo viviendo debería hacerme más respetuoso, pero es gracioso ver a un Cura con este problema de mucha imaginación y poco contacto físico. Por cierto, yo le estaba hablando de Caín y nuestro destino como sus discípulos, pero se me fue la cabeza a aquel momento mágico...
Supuestamente, y no dentro de mucho tiempo, Caín despertará de su Letargo casi eterno y acabará con lo que el mismo extendió. ¿Por qué? No sé, supongo que todos sabían que después de dormir miles de años, de muy buen humor no podría levantarse.
Nadie sabe cómo será. Sólo sabemos cómo se denomina. Se llama Gehena, y será el fin de los Vampiros tal y como los conocemos. Acabará con nosotros, con toda su descendencia y después supongo que se volverá a ir a dormir.

En eso se basa la Gehena, Padre. Y no está tan lejos...

domingo, 17 de octubre de 2010

8. Todo cambia.

- Buenos días, señores Lerroux. El desayuno ya está en la mesa del comedor, y pueden ir a por él.

Abrí sólo uno de mis ojos para ver el pálido rostro de mi sirvienta mientras sonreía para despertarnos. Me encontraba al borde de mi cama, a punto de caerme, con el pelo enmarañado y completamente destapado. A mi lado, tapada por completo y con bastante espacio para estirarse, estaba Judith. Aún dormía plácidamente.

- ¿Qué demonios...? -dije, casi instintivamente.
- ¿Una mala noche, mi señor? -respondió Martina, mi sirviente, a punto de reír.
- No lo sé... ¿Cree usted que esto acontece a menudo?
- ¿Nunca ha dormido usted con una mujer? -preguntó algo sorprendida.
- Si valen mis hermanas...
- Vaya, que un hombre tan apuesto y angelical como usted no haya tenido a ninguna dama en su lecho es incluso extraño.
- No es eso, Martina. Simplemente, no lo he necesitado nunca. Tampoco lo he probado...
- Quizá le agrade saber que no es tanto como parece -dijo ya desde la puerta, marchándose.

Me levanté suavemente, porque un simple gesto hubiese hecho que diese con mis huesos en el suelo. Me puse algo más apropiado y me lavé la cara con el agua caliente que Martina había traído, además de peinar mis cabellos un poco más apropiadamente. En aquel entonces tenía bastante pelo, aunque no muy largo. Ezio me dijo cómo cuidar mi imagen personal, y por suerte la barba no me crecía. Pero, según me dijo Frederick, había muchos métodos, unos más ortodoxos y otros menos.
Estaba colocándome la camisa cuando noté que dos frías pero suaves manos recorrían por debajo de la camisa mi torso. Extrañado, miré al espejo que tenía frente a mí y distinguí el pelo rojo enmarañado de Judith apoyado sobre mi hombro. Sus manos recorrían cada centímetro de mi pecho, analizando cada uno de mis abdominales y siguiendo la línea de mis pectorales. Creo que si estuviese vivo en ese momento estaría ardiendo y sudando.

- Buenos días, Dominique -susurró Judith después de besarme dulcemente el cuello
- Puedes llamarme Dom -respondí instintivamente.
- ¿Qué tal has dormido? -ahora, sus manos se centraron en mi cintura.
- Bien, supongo -dije tomando sus manos, que comenzaban a buscar un recoveco en mis pantalones -Parece que te has despertado muy animada...
- Si, quiero saber qué depara mi nueva vida.
- Todos queremos, créeme -después de alejar sus manos de mi cuerpo la miré a los ojos. Verdes, inmaculados, perfectos. Un palmo separaba nuestros rostros, pero ella sonrió y se marchó por la puerta.
- Ve desayunando, Dom. No me gustaría presentarme de forma indecente ante vos...

Bajando las escaleras pensé en mi nueva... compañera. Era absolutamente perfecta, inmesurablemente bella e inevitablemente atractiva, y sin embargo estaba tan muerta como yo. Por suerte, noté algo en mi interior que me indicó que algo sentía, a pesar de que mi corazón ya no latiese. Esa atracción que de vivo me hipnotizaba cuando una dama me sonreía o se insinuaba, hoy seguía viva, pero no se hacía latente en mi cuerpo. Por suerte...

Una copa hasta arriba de sangre me esperaba en la mesa, y mi necesidad me impidió seguir la regla general. Bebí incansablemente, no era una escena precisamente bonita. Y, como no había nadie, eructé sonoramente. Me sentí bien, porque es lo que hacía todas las mañanas con mis hermanos cuando terminábamos de desayunar. Algunas cosas no cambiaban, después de todo. Sin embargo, escuché una voz desde el piso superior. Aunque dulce y angelical, sonaba muy alto.

- Sois un cerdo, Dominique. ¿Dónde están vuestros modales?

Martina se asomó por la cocina y miró a las escaleras, extrañada. Después, me miró a mí, aún más extrañada. Yo simplemente miraba a las escaleras con la copa en la mano y una gota de sangre en la comisura derecha de mis labios, que resbaló por mi barbilla.

- ¿Qué ocurre, mi señor? -preguntó Martina, extrañada.
- Creo que me ha escuchado eructar... -respondí sin quitar mi mirada de las escaleras.
- Pero si yo no lo he oído...

Fue entonces cuando, con pasos dulces y sin hacer casi ruido, Judith bajó de su habitación. Llevaba un vestido rojo con detalles negros, y había peinado su larga melena roja dejándola caer sobre un hombro. Un generoso escote y unos detalles florales en las mangas hacían del esbelto cuerpo de mi nueva inquilina una escultura perfectamente esculpida. Aunque su rostro mostraba algo de sobriedad y seriedad.

- Dominique, no tiene usted ninguna educación.
- ¿Cómo has podido escucharlo desde tu habitación?
- Era extremadamente sonoro.
- Disculpe, mi señora -dijo Martina, algo extrañada -pero yo, desde la cocina, no escuché nada...
- ¿Está usted segura? -preguntó Judith, extrañada -porque ha sido lo más maleducado que he oído en mucho tiempo...

Después de terminar su copa, y tras unas miradas furtivas que podrían haber hecho desmayar a muchas personas por la pasión oculta que contenían, apareció Frederick por la puerta.

- ¡Me encantan los sábados! -gritó a pleno pulmón -Las noches se viven con más pasión, y no podemos perder ni un minuto.
- ¿Sábado? Maldita sea, no me acordaba -dije, asombrado -El lunes tengo que ir a cenar con alguien...
- ¿Con quién? -preguntaron tanto Frederick como Judith. La mirada de mi mentor era de preocupación, pero la de Judith era de odio, y no a mí, sino a la aludida.
- Verá, antes de ser transformado, una mujer me invitó a cenar a su casa. Francesca Molinari, ¿sabe usted quien es?
- ¡¿Te invitó a su casa Francesca Molinari siendo aún un campesino?! -los ojos de Frederick eran como dos grandes platos -Si, Ezio hizo un trabajo impecable...
- ¿Qué ocurre, si es menester conocerlo? -pregunté.
- Francesca es la mujer más rica de la ciudad, y la más poderosa -respondió cabizbaja Judith -además de extremadamente bella y soltera. Sólo pasan por su casa aquellos que pretende que pasen por su alcoba.
- Pero si sólo vamos a cenar...

Judith estuvo cabizbaja durante el trayecto. Frederick miraba muchos papeles, pero a la entrada de la ciudad comenzó a hablar.

- Bien, chicos, hoy comienza vuestra instrucción en el Mundo de Tinieblas. Se nos ha unido un pequeño percance, y es saber a qué clan pertenece nuestra queridísima Judith.
- ¿Clanes? -preguntó Judith, tratando de no pensar en algo que la inquietaba.
- Si, querida -respondió Frederick -Verás, según qué sangre se te ofrezca cuando se te abraza perteneces a un clan u otro. Tienen sus beneficios y sus desventajas, pero todo en la vida lo tiene.
- ¿Abrazar? -Judith cada vez estaba más extrañada.
- Convertir a un humano en vampiro es abrazar -dije, instintivamente -Aún no conozco el argot, pero sé lo que es eso.
- ¿Y tú me abrazaste? -Judith me miró a la cara después de no hacerlo durante todo el trayecto. Su mirada estaba perdida, inspiraba tristeza.
- Técnicamente, no -respondió Frederick a la pregunta -La sangre que se usó para tu abrazo es de un vampiro desconocido, pero con la sangre de Dom hice que te vinculases a él.
- ¿Estoy vinculada a tí? -me preguntó. En sus párpados comenzó a aparecer un líquido rojo.
- Si, eso parece. Así puedo decir que yo he sido tu creador.
- Y mis enseñanzas para tí comenzaban hoy -dijo Frederick, mientras yo miraba algo dolido a Judith -y serán para los dos. Pero no sé qué enseñarte a tí, amiga mía, si no sé qué poder albergas. Pararemos en la catedral, y veremos de qué eres capaz.

El carromato nos dejó en la Plaza donde se encontraba la catedral. Bajé primero y ayudé a Judith a bajar. Ésta, al llegar al suelo, miró cómo la catedral se erigía imponente sobre las luces de la ciudad y sus ventanales brillaban bajo la influencia de la luz de la luna.

- Bueno, Dominique -dijo Frederick, haciendo una seña al cochero, que se llevó el carromato -Nuestro clan, el de los Ventrue, es un clan social en toda su naturaleza. Somos lo más exclusivo de este mundo, nuestra palabra vale más que la de cualquier otro y nuestra imagen...
- ¿Qué ocurre, Frederick? -pregunté, extrañado.
- ¡Judith! -Ésta, sobresaltada, pegó un pequeño salto y nos miró asustada -Estoy dando una explicación sobre lo que será tu vida a partir de ahora. ¿Quieres atenderme de una vez?
- Lo siento, Frederick. Es que la catedral está preciosa esta noche...
- No estamos para prestarle atención a la arquitectura de Milán, hemos venido a aprender. Tú no podrás aprender aún esto que enseño, porque no albergas nuestro poder, pero cuando sepa algo más de tí te enseñaré.
- Claro, Frederick. Discúlpeme.
- Bien, prosigo -dijo Frederick, retomando una postura muy señorial -Como decía, somos seres sociales, líderes innatos. Como pudiste comprobar, podemos llamar la atención de todo y todos con unas simples palabras, además de llegar a ser determinantes en muchas de nuestras órdenes. También tenemos la ventaja de ser duros como las piedras. Anoche pudiste vivir las tres experiencias, si mal no recuerdas.
- Si, fue una noche emocionante... -mis respuestas eran sistemáticas, estaba atento a la explicación.
- A la capacidad de llamar la atención, gustar en general o que nos miren aterrorizados lo llamamos la "Presencia". A dar órdenes, sugerencias, o alterar la mente de los humanos, lo denominamos "Dominación". Y a la dureza de nuestra piel, "Fortaleza". Estas son las tres ventajas principales de nuestro clan.
- Vaya, parecéis fascinantes... -dijo Judith, algo más atenta a la conversación -aunque yo también puedo llamar la atención tanto o más que ustedes...
- Verá, una bella dama siempre es bien vista en cualquier lugar... -dijo Frederick, sonriendo.
- ¿Quiere usted que le demuestre que se equivoca? Me mirarán hasta las mujeres de la zona.
- Judith, no deberíamos llamar la atención... -quise tomarla de la mano para que no hiciese ninguna locura, pero fue Frederick quien la golpeó.
- Déjala. Veamos de qué es capaz.

Al escuchar esto, Judith dejó de dirigir su mirada a la catedral y miró sonriente a Frederick. Yo preferí mirar a otro lugar, para evitar que me reconociesen.
Mi compañera se dirigió al centro de la plaza. Comenzó a caminar de forma sutil, parecía casi un baile. Es más, giraba sobre sí misma y levantaba los brazos como si estuviese en plena danza. Su sonrisa y sus ojos brillaban en todo el lugar, y nadie que estuviese allí podía resistirse a mirar. ¿Y por qué lo sé?

Porque yo tampoco podía resistir la necesidad de mirarla.

jueves, 14 de octubre de 2010

7. Una nueva inquilina.

¿Sabe, Padre? No sé si hay pecados peores que el que cometí, pero si le soy sincero, no sentí nada al hacerlo. Además, su sangre sabía asquerosa. Soy muy especial en ese sentido. Una mujer de pelo oscuro si sabe bien, y no necesariamente negro. Nunca me he decantado por las rubias, la verdad, a no ser que su rubio sea tan oscuro como la buena mostaza.

Ah, mostaza... Hace uno o dos años la amaba. Supongo que no le salen las cuentas, pero si. Puedo comer comida normal y corriente, el problema es que después tengo que darme un festín de mi verdadero alimento. Antes y después, si soy más concreto. Verá, mi cuerpo se mueve por la sangre que consumo, por el "vitae" que corre por mis venas. Con esa sangre yo puedo volver a activar cualquier parte de mi cuerpo. Por eso los Entrecotte, mejor que en vino, deben ir bañados en sangre. Además, el sabor de la sangre es tan atractivo que el comer no me sacia realmente. Lo hacía para tratar de recuperar una humanidad que jamás volveré a tener, pero eso es otra historia.

Historia, como la que yo le estaba contando. Continuaré, si es menester.

Ver a Judith muriéndose me dio... hambre. Pero esa dama tenía algo especial, algo que necesitaba ser conservado, y traté de cubrir su herida y buscar una solución. Entonces, veloz como los rayos de luna, apareció Frederick al final del callejón. Su rostro era una mezcla de temor, desesperación y completa e incontrolable alegría.

- Dominique, ¡Dominique! Qué bien que te he encontrado, la fiesta está en lo mejor y tenemos que volver -dijo, tirándome del brazo. Parecía no fijarse en el cuerpo que sujetaba.
- Señor... -respondí, mirando a Judith de forma lastimera -se está muriendo.
- ¿No te has alimentado? -preguntó, soltándome del brazo. Su expresión ahora era de asombro.
- No, mi señor. No quería alimentarme de esta mujer, la vi mucho más especial que una simple... copa de alimento.
- ¿Y qué quieres hacer? Está perdiendo mucha sangre, y tú tendrás que cambiarte y todo, no querrás que te vean perdido de vitae...
- No quiero que muera... ¿Y si le concedemos nuestro don? Sé cómo hacerlo.
- Te lo prohíbo, Dominique -espetó Frederick, con un semblante serio y frío -está totalmente prohibido crear un chiquillo sin más, hay unas normas...
- Señor, no... -mi mirada pareció convencerle.
- A qué extremos ha de llegar uno por un joven sin conocimientos... Espérame aquí y cubre la herida como puedas. Eso si, evita pasar la lengua por la herida, se cerraría y no podríamos culminar el abrazo...
- ¿Abrazo? Frederick, no estamos ahora para ternuras, ¡se muere, santa madonna!
- Cáspita, Dominique, no hagas tanto ruido. Es argot de vástagos, ya te lo explicaré. Volveré en un instante.

Y así como dijo, volvió en una exhalación. Portaba un pequeño frasco de cristal con un contenido oscuro y espeso. Supuse que era sangre porque la textura era similar a la del vaso que Ezio bebía antes de transformarme, y porque deseaba beber ese líquido tanto como el beso de una bella mujer.

- Nadie debe saber esto, Dominique -dijo, tomando el cuchillo que portaba mi hermano -y por supuesto, yo no me haré cargo. Sea lo que sea, has pasado de ser neonato a creador en una sola noche, y no está nada bien...
- ¿Me matará para alimentarla como hizo Ezio? -pregunté, asustado.
- ¡Diantres, no! Simplemente, dame tu dedo.

Tendí mi mano a Frederick y éste, con una agilidad y velocidad inhumanas, pinchó la punta de mi índice. Abrió el bote y puso mi dedo encima.

- Tres gotas... Una... Dos... Y tres, esto ya está.
- ¿Qué significa esto? -dije, desconcertado.
- Maldita sea, Dominique. Haces muchas preguntas, simplemente cállate y ayúdame. Abre la boca de la chica y reza para que lo que acabo de hacer funcione...

No era muy ético ni de buen gusto ver cómo obligábamos a la moribunda Judith a tragar la sangre del frasco, que ahora también contenía la mía. Pero al hacerlo, esta volvió en sí violentamente. Sus ojos ya no reflejaban algo vivo, sino todo lo contrario. Una mirada de bestia salvaje poblaba sus ojos, unos colmillos habían surgido de entre sus bellos labios y jadeaba de forma histérica. Con un suave movimiento, Frederick mojó su dedo en la sangre que mi hermano derramó y lanzó una simple gota a la nueva Judith. Ésta giró su cabeza de forma casi histérica y se lanzó contra el cuerpo de lo que quedaba de mi hermano. Le mordió donde pudo y comenzó a succionar.

- Neonatos... Tan hambrientos... -dijo Frederick, con media sonrisa en su rostro.
- ¿De quién era esa sangre, Frederick? Y otra duda, ¿para qué las tres gotas de mi sangre?.
- Son muchas cuestiones y muy largo de explicar, Dominique -dijo Frederick, poniéndome la mano en el hombro de forma confiada. Era notablemente más bajito que yo, pero yo era muy alto en aquel entonces... - El "Abrazo" es lo que comúnmente tú llamarías "Transformar a un humano en vampiro". Para que esto se cumpla, la persona a ser abrazada no puede tener mucha sangre propia en el cuerpo, y se debe suministrar sangre del vampiro que quiere abrazar al nuevo vástago. Éste despertará con la sangre de Caín recorriendo su cuerpo, pero con una sed voraz. Se comerá a su madre si está delante en ese momento. Yo lo hice. Mi sire era muy cruel.
- ¿Qué es un sire? -pregunté mientras observaba como la dulce Judith buscaba otro lugar en el que morder y seguir succionando.
- El creador de un nuevo vástago. Ezio, si siguiese con nosotros, sería tu Sire. Y te castigaría por esto que estamos haciendo, pero nadie tiene por qué enterarse. Las tres gotas eran para crear un vínculo con tu sangre, y no con la del vampiro a la que pertenecía la sangre del frasco. No funcionará, pero ahora el Sire real no estará aquí. Felicidades, eres el sire más joven que conozco...
- Pero yo no sé nada sobre vampiros, ni siquiera sabía que con sangre se pueden crear emociones...
- He dicho vínculos, Dominique -respondió serio Frederick -Ahora mismo su voluntad no existe ante tí. Puede odiarte a muerte, desear que tus entrañas se pudran lentamente en el infierno y querer marcharse al otro lado de las tierras de Felipe II, pero si le dices que bese tus zapatos, lo hará. Lo que no sé es a qué clan pertenecerá... Cosa tuya es darle la noticia, amigo mío. Adelante.

Cuando Judith había dejado a los restos de mi hermano sin sangre, se sentó y miró su ropa y sus manos, ahora cubiertas de vitae. Al hacerlo comenzó a sollozar silenciosamente, lo cual me produjo muchísimo dolor.

- ¿Judith? -me acerqué lentamente y me agaché a su lado para tratar de consolarla.
- ¿Qué me ocurre, mi señor? -me preguntó, llorando. De sus ojos brotaba sangre, y no lágrimas.
- Hay muchas cosas que yo debería explicarte, pero de una forma más tranquila. Este es un lugar peligroso...
- Señor, ¡me estaba bebiendo la sangre de este pobre hombre! -gritó asustada.
- A eso me refiero, querida. Nosotros somos el peligro...

Un carromato apareció al otro lado de la calle, y Frederick nos hizo gestos para que subiésemos rápidamente. Tendí mi mano a Judith para levantarla, y ésta casi me tira. No conocía su nueva fuerza.
A la carrera montamos en el carromato y salimos de la ciudad. Durante el trayecto, me fijé que la nueva Judith era aún más electrizante y atractiva de lo que ya era. Su precioso vestido ahora estaba hecho jirones debido al mal trato recibido por los rateros, y lo poco que el corsé le cubría hacía de su imagen un culto erótico perfecto. La belleza de sus ojos verdes ahora impresionaba más, porque ya no había vida en ellos. Además, su mirada inspiraba mucho miedo, y la cara poblada de sangre no era lo más apropiado para su imagen personal.

- Bueno, ya está todo planeado -dijo Frederick, mirando por la ventana -tengo muchos contactos para estos casos. Judith, temo decirle que ha muerto, para todos. Se comunicará a tu familia que su alma está en lo alto y pediré al padre Domenico que oficie una misa.
- Pero si no estoy muerta, mi señor... -dijo ella, horrorizada.
- Judith -respondí, algo tembloroso- temo decirte que, de alguna forma, si está muerta. Es una larga historia que le contaré mañana de forma más pausada.
- Si, esta noche ha sido muy violenta -dijo Frederick, entre risas - vivirá con su Sire y creador, el señor Dominique Lerroux, hasta que yo crea que está usted preparada para seguir adelante sin nuestra ayuda. Yo les guiaré en el Mundo de las Tinieblas, y ambos aprenderán. Luego será decisión del señor Lerroux si usted se queda o no. Porque supongo que ahora que es usted inmortal tendrá algún sueño...
- ¡¿Que soy qué?! -gritó Judith, sonriendo -No puede ser, ¿me está diciendo usted que jamás moriré?
- No, madamme. La muerte no la perseguirá, siempre y cuando no tenga algún enemigo... Porque esto es algo que les cuento ahora: Somos inmortales, pero no invencibles. Podemos, digamos, volver a morir, pero para siempre. Y usted, señor Lerroux, lo ha visto con sus propios ojos...
- Si, señor... -dije apenado, recordando cómo me comí literalmente a Ezio.

Llegar a mi casa nunca me sentó tan bien. Frederick tenía su villa no muy lejos de la mía, y se marchó raudo antes del amanecer. Mi sirvienta tomó mi ropa y la de Judith con la mejor de sus sonrisas y nos dio ropa de cama. Instaló a Judith en un habitáculo paralelo al mío y nos dio una suculenta cena. Yo si mordí, pero Judith miraba por la ventana algo apenada. Ya sabía que el sol no volvería a tostar su suave piel.

Eran más o menos las siete de la mañana. Tanto el pasillo de mi villa como las habitaciones no tenían ventanas, pero escuché antes de dormir unos pasos alcanzar mi puerta. Judith entró sigilosamente y me susurró, como si de una niña pequeña se tratase, que no podía dormir. Estaba helada, pero era normal. Levanté mis sábanas y mi brazo, en los cuales ella se refugió rápidamente. Sollozó durante una hora y, posteriormente, se durmió.

Creo que aquel fue mi primer atisbo de humanidad después de ser transformado...

miércoles, 13 de octubre de 2010

6. La mirada del cazador.

Salí de aquel magnífico salón de bailes con Judith de la mano. Me sorprendía ver que esa bella dama me siguiese a mí, un pobre campesino disfrazado de gentilhombre e, inexplicablemente, muerto. Porque yo lo sentía así. Sentía que mi vida ya no existía, que lo que me movía no era sino algún designio divino o pura hechicería, pero mi cuerpo sin vida se movía y actuaba con más "vida" que nunca.
Nos alejamos del barrio rico por miedo a algún tipo de represalia por parte de cualquier otro noble hacia mí, pero ella no hizo nada para resistirse. En parte, también buscaba a Frederick, pero no sé por qué motivo terminé a unas manzanas de mi antigua casa. En un callejón entre dos edificios me cobijé con ella y la puse contra la pared. Sus ojos verdes se posaron en los míos, y en ese instante mi nuevo ser comenzó a pedir aquello que uno de mi calaña necesita: Sangre.

- Por todos los santos, señor Lerroux -dijo al fin Judith, algo cansada de la caminata. Los corsés no ayudan a realizar un buen ejercicio físico - Sus capacidades físicas superan con creces a las mías...
- Siento muchísimo mis prisas y mis ganas de alejarme de aquel lugar -dije, mirando a todas partes. Las calles de este barrio eran peligrosas, y más a altas horas de la noche.
- Yo he de agradecerle que se acercase a mí -dijo ella, algo más relajada- deseaba con todo mi ser poder tenerle tan cerca como ahora le tengo.
- ¿En serio? ¿Qué diantres vio usted en mi persona?
- Es algo misterioso, señor Lerroux...
- Llámeme Dominique, por favor -sonreí
- Señor Dominique... Hay algo en usted que no deja de llamarme la atención. Quizá sean sus ojos, su rostro, su cabello... Pero no puedo dejar de mirarle.
- Que alguien como usted me diga algo así... -dije, mientras acercaba lentamente mi rostro al suyo.

Entonces, y desde las sombras, comencé a escuchar risas. Mi lento y sutil avance cesó y con un rápido movimiento protegí a mi acompañante. Con un suspiro, ésta cayó al suelo. Al notar que ya no estaba de pie, me dí la vuelta para socorrerla, pero las risas comenzaron a escucharse a ambos lados del callejón. Traté de dejar a Judith lo más cómoda posible en el suelo y me quité la chaqueta para arroparla. Entonces me percaté de que estaba rodeado.
Seis hombres, cuyos rostros no era capaz de distinguir, me rodeaban entre risas. Sólo podía distinguir el brillo de sus cortas armas a la luz de la luna.

- ¿Por qué un gentilhombre se acerca a nuestros barrios tan bien acompañado? -dijo el que parecía ser el líder entre las carcajadas de sus secuaces- este no es el burdel, mi señor...
- No le permito que vuelva a tratarme de esa manera -respondí, a la par que daba un paso hacia él. Entonces, el brillo de una de las armas se posó en mi cuello, y otros dos hombres tomaron a Judith, también apuntándola con sus armas.
- Bien, señor. Nos quedaremos con todas sus pertenencias valiosas y también con la bella dama para tener con ella divertidos menesteres. Retirad la bolsa del señor.

Cuando uno de los seis echó mano a mi cintura, decidí entrar en acción. Con un movimiento audaz y veloz me zafé de mi captor y le golpeé en la mandíbula con mi zurda cerrada. A pesar de no ejercer demasiada fuerza conseguí que cayese al suelo y que soltase su arma. Aquel que quería robarme, ante esta situación, echó mano de su cintura para sacar la daga que allí portaba, al igual que dos compañeros suyos que hábilmente se colocaron alrededor mía para tratar de inmovilizarme.
Entonces noté una furia incesante en mi cuerpo que subía a mi cabeza, un fuego interno que recorría mi columna y que alcanzó mi rostro. Entonces tomé una postura encorvada y miré a cada uno de los que ahora me rodeaban. No conseguía distinguir sus rostros, pero en ellos comenzó a surgir el miedo. También miré a los que tenían a Judith, y sintieron el miedo. Sólo el líder del grupo mantuvo la compostura y, mientras miraba a mis rivales, se lanzó con un cuchillo de menor calidad y me apuñaló.

Ese fue el instante en el que yo pude saber que no era normal, que no estaba vivo y que lo que me movía era una fuerza magnífica: El cuchillo cortó mis ropas y alcanzó mi piel, pero al contacto con ésta la punta se dobló y todo el cuchillo se partió. La hoja doblada cayó a mis pies y el líder del grupo, asustado, dejó caer el mango de lo que quedaba de su arma.

- Marchaos ahora y os dejaré con vida, rufianes -susurré. Quizá no me escucharan, pero todos entendieron mis órdenes. Uno de los captores, con un último atisbo de valentía, apuñaló en el cuello a Judith.
Salió corriendo y miró hacia atrás pensando que estaría ahí, pero al volver la espalda yo ya no estaba ahí, sino en la trayectoria de su carrera.

- Desgraciado, ¡malnacido! -grité mientras levantaba a mi próxima víctima en vilo. Cuando la luz de la luna se proyectó en su cara, pude ver su rostro, y él pudo ver el mío.
- Dom... ¿Eres tú? -las lágrimas cubrían el rostro de aquel que iba a morir en mis manos, pero al cual dejé en el suelo.
- Antonio...

Antes de que pudiese gesticular palabra alguna, el extraño me abrazó y sonrió.
- ¡Hermano mío!
- Aléjate... Por favor, aléjate -supliqué mientras temblaba. Algo en mi interior quería acabar con él.
- No puedo alejarme ahora que te he encontrado. ¿Esto es por lo que te despediste de nosotros? Maldita sea, Dom, somos campesinos, no estamos entrenados para la opulencia de la vida cortesana...
- Antonio, por Dios y sus apóstoles... Vete de aquí -repetí, ahora haciendo latente mi poco control sobre mí mismo.
- No seas así, hermano. Esa ramera cortesana merecía una buena puñalada, ¿no crees? Ha sido bueno que la trajeses hasta aquí...

Y, con mis propios colmillos, degollé a mi hermano.