Dos grandes estanterías pobladas de tomos cubrían las amplias paredes de la habitación, que tenía al fondo de la misma la chimenea y en el centro dos sofás. Francesca se hallaba tumbada en uno de ellos, y leía un libro atentamente.
Fue entonces cuando, desde la puerta, me detuve a pensar en los inconvenientes de mi situación. La veía tan perfecta y bella que no podía resistirme a sus encantos, pero por otra parte y, siento más objetivos, ella era una simple botella a rebosar de alimento. Su calor y su pasión no servían de nada si hincaba mis dientes en su cuello, y ni pensar en el hecho de que ella se enterase de lo que yo era y soy, y que también se enterasen Federico y compañía después de su cordial proposición...
- Dominique -Francesca se percató de mi presencia y cerró el libro -¿Qué hace usted postrado en la puerta? ¿Es que no desea pasar?
- Si, perdóneme -dije, entrando -me quedé pensando en algunas cosas que me traen un poco inquieto últimamente.
- ¿Y podría decirme usted si es tan amable en qué piensa? -preguntó mientras me ofrecía asiento... en su propio sofá.
- No es nada importante -respondí mientras tomaba asiento. Tenía una postura normal, pero Francesca comenzó a inclinarse en mi dirección -han cambiado muchas cosas en muy poco tiempo y es muy difícil asimilar tantas nuevas facetas en mi vida.
- No se preocupe. Tener un nivel social mayor que el resto no es una carga, es un privilegio...
- No para alguien que se ha criado en la calle, cuidando niños y viviendo subordinado a la gente de esta supuesta clase superior. Aunque Dios nos creó a todos iguales, ¿por qué hay superiores? -haciendo esta reflexión noté su aliento en mi cuello -A mi parecer, el ser humano debería ser igual en todos los sentidos.
- He sido privilegiada desde que nací -repuso Francesca -y he tenido todo lo que he deseado. ¿Es que eso es malo?
- No has tenido que luchar cada mañana por conseguir llevarte un bocado a la boca, no has tenido que lidiar mil noches con fiebres de varios de tus familiares y no has tenido que...
Y no me dejó terminar la frase. Sus labios se unieron a los míos como si de imanes se trataran, con una pasión no propia de una persona humana. Su calor era contagioso, y su aliento sólo me producía... sed. Mucha sed.
Por eso, y por mi integridad, tuve que separarme. Un deseo muy humano y otro más sobrenatural me llevaban a lanzarme yo esta vez, y para aparentar traté de emular que me faltaba el aire. Concentrándome en mi patética actuación pude ver el rostro de total tristeza de Francesca, que en el silencio de la noche, perturbado sólo por el chisporroteo de la chimenea y de mi toma de aire, rompió a llorar.
Pasaron varios minutos y yo miraba con dolor a Francesca. Con mucho dolor. Aunque, bueno, era una excepción dentro de mi total falta de sentimientos. Porque, seamos sinceros, Padre... Estoy muerto. No siento ni padezco, me alimento de sangre y si mato al contenedor de mi dieta no me molesta en absoluto. Pero sus lágrimas me hacían sentir... humano.
- Francesca, yo... -yo no sabía qué decir en ese momento. Era la primera vez que vivía una situación así.
- Todo lo que he deseado siempre lo he tenido... -se levantó y me miró con ojos vidriosos, haciéndome sentir más monstruo de lo que ya era -y para una vez que necesito algo de verdad, no puedo tenerlo. Quizá no merezca este privilegio.
Tras decir esto se dirigió a la puerta y se apoyó en su marco, mientras apoyaba la mano que le restaba en su pecho.
- Es tarde, señor Lerroux. Vuelva a casa, querrá descansar.
- Espera -a una velocidad inhumana me acerqué a ella, pero no pareció notarlo -no quiero que te encuentres así por mi culpa...
- No es su culpa, sino la mía. Buenas noches.
Y se marchó por el largo pasillo. Al final de éste, una de las asistentas esperaba a su señora, la misma que me topé al darme la vuelta tratando de escapar de los secuaces de Federico.
Y, hablando del rey de Roma, a mi espalda apareció este personaje, que sonreía gustosamente.
- Me ha gustado mucho que contuviese sus instintos, Señor Lerroux -dijo, acompañándome casi forzosamente a la puerta -Como comprenderá, ya conocemos su secreto, y debido al estrepitoso éxito de su intachable etiqueta, dudo que la señora quiera verle a usted de nuevo. Por tanto, seré conciso: Marco está deseando hincarle el diente literalmente. Por tanto, si usted se acerca a las tierras de la señorita Molinari, recibirá una agradable sorpresa de un valiente guerrero de Gaia.
- Sigo sin entender nada... -dije, ya en la puerta -¿qué diantres se supone que es usted y sus compañeros?
- ¿Es usted una sanguijuela y no le han contado qué soy yo? -las carcajadas de Federico retumbaban en el Hall -aunque sean puramente mitos, nuestra historia y su historia van íntimamente ligadas.
- A mis hermanos les leía cuentos normales, no relatos de terror.
- ¿Nunca ha oído hablar de ese hombre que, a la luz de la luna llena, cambia de forma radicalmente? Es un cuento muy popular...
- No puede ser... -dije, asustado. Parece que Federico lo notó, porque sonreía aún más -¿sois reales?
- Amigo mío -dijo, ya cerrando la puerta -ahora todos los cuentos y relatos de seres fantásticos que has leído cobran sentido. Que pases una buena noche, vampiro. Puede que no te queden muchas más que disfrutar.
Y, entre los árboles circundantes, y bajo la luna llena, un aullido rompió el silencio.