No recuerdo qué soñé exactamente. No recuerdo cómo llegué allí ni dónde estaba, pero mis ojos se abrieron sin explicación ninguna. Todo estaba oscuro, la penumbra cubría la sala en la que me encontraba y el ruido de las calles hacía acto de presencia. El ruido de la gente comerciando e interactuando con el entorno... a las doce de la mañana.
Y fue entonces cuando lo sentí. Una llave se insertó en la ranura de la puerta y comenzó a girar. Mi cabeza giró instintivamente hacia el lugar, pero no conseguía ver qué ocurría. De la nada, la madera chirrió y dejo ver un pequeño halo de luz.
Fue entonces cuando yo dejé de ser lo que soy. Noté que ese fuego interno que se apoderaba de mí en los peores momentos volvió a quemarme la columna vertebral y me lanzó contra la oscuridad, dándome un golpe seco y sordo contra una pared. Arrastrándome por la pared, con una indómita energía, encontré la esquina contraria al lugar donde la luz solar iba haciendo acto de presencia, y el fuego interno estalló. Golpeé la pared con toda mi fuerza para tratar de abrir un hueco por donde escapar. No escuchaba nada, sólo los restos de pared que caían al suelo. Hasta que al final pude escuchar.
- ¡Dominique! ¿Qué demonios haces? -era una voz de mujer, pero en ese momento sólo pude responder lo que un loco hubiese hecho.
- ¡CIERRA ESA MALDITA PUERTA!
Para pasar, la mujer del otro lado la abrió aún más y eso me hizo golpear con más fuerza. Los cimientos de aquel habitáculo temblaban con el contacto de mis puños, y la luz se iba acercando más a mí.
- ¿Qué te pasa, Dom? Me estás preocupando.
- ¡CIERRA LA PUERTA O TE MATARÉ! -Aquel que respondió no era yo, era el fuego interior que me controlaba.
Y la puerta se cerró. La oscuridad volvió y con los puños desollados pude volver a pensar con claridad. Por costumbre, que no por necesidad, suspiré profundamente. El peligro había pasado. Aún apoyado en aquel destrozo de pared, traté de apagar la llama que me quemaba por dentro. Y lo conseguí, por suerte.
Entonces fue cuando me dio por escuchar lo que había a mi alrededor. Entre el ruido de la gente, que había cesado radicalmente, escuché unos sollozos. Unos sollozos que estremecieron lo poco que quedaba de mi humanidad. Con mis sentidos más agudos y con suavidad, busqué el origen de los lloros y abracé a la persona con todo el cariño que quedaba en mí.
- Perdóname, Lauretta -dije, a punto de llorar -no puedes imaginarte lo que esto conlleva...
- El Padre Domenico me dijo que estarías aquí esta mañana -dijo mi hermana, que temblaba de miedo -pero jamás pensé que habrías cambiado tanto. Pensé que un monstruo había invadido nuestra antigua casa...
- No se aleja tanto de la realidad, hermanita -respondí -esto es en lo que me han convertido.
- Dominique, no eres un monstruo -trató de abrazarme con todas sus fuerzas, pero entonces pudo comprobar que mi cuerpo había cambiado, ya que además de seguir congelado, la dureza de mi piel hizo que su escasa fuerza no tuviese efectos.
- Sólo quiero que caiga el sol. Y que nadie más abra esa puerta hasta entonces.
Lauretta permaneció un par de horas abrazada a mí, tratando de buscar lo que su hermano era, pero horrorizado comprobaba con cada apretón o con cada caricia que algo había cambiado en mí.
Después de que su tacto la demostrase mi cambio, buscó a tientas una vela y la encendió. Entonces pude ver lo que quedaba de mi casa desordenada, con todo tirado por los suelos y un gran boquete en la pared, cubierto de escombros. Su rostro estaba demacrado, ya que había llorado durante largo rato, aunque vi en ella algo de mí. También tenía el cabello moreno y la mirada del color del cielo, pero ella tenía un rostro más fino y unas facciones suaves y tersas.
- Estás pálido -dijo ella cuando acercó la vela a mi rostro. Esto me hizo sentir algo incómodo, pero pude controlar mis instintos.
- La vida cortesana da muchos dolores de cabeza -respondí, mostrando una falsa sonrisa.
- No eres un cortesano, Dom. Y nunca lo serás. Somos campesinos, miembros de la familia Lerroux de campesinos...
- Y el Señor Lerroux, que es noble, me ha dado todo lo que posee -traté de mirar a otro lado para que no viese mis cambios de expresión. Lauretta era la única que sabía lo que escondía al mirarme.
- ¿Tan ocupado estabas con tus nuevas posesiones que no te diste cuenta de algo importante? ¡Antonio fue asesinado! -mi hermana comenzó a ponerse nerviosa, pero era normal.
- Ya lo sé. El padre Domenico me lo comunicó, y estuve toda la noche rezando por él.
- Aún así. Que no acudieses a su entierro...
- Recuerda, Lauretta: Yo no debería estar aquí. Todo esto había terminado. Soy un noble.
- ¡Eres un esclavo disfrazado de gentilhombre! Te conozco demasiado.
- No. Ya no me conoces. Dominique murió hace cuatro noches.
- Si, ya. Pues tu cadáver sigue caminando, y eso es imposible. No me engañes, y salgamos a tomar el aire.
- ¡NO! -con una velocidad inmesurable me puse delante de la puerta -Nadie abrirá esta puerta hasta que anochezca.
- Pareces uno de esos chupasangres de las historias de mamá para irnos a dormir... -Lauretta me miraba extrañada, y al decir esto un brillo extraño se apoderó de su mirada.
- Quizá las historias no sean de ficción, después de todo...
- Dominique...
- No se lo puedes decir a nadie. Se supone que yo he muerto, me dieron la extremaución y desaparecí de Milán, pero no vivo tan lejos.
- Entonces... te alimentas de...
- Si, pero ahora no necesito hacerlo. Y jamás te haría algo así a tí.
- ¿Y qué harás cuando caiga el sol?
- Desaparecer. No volverás a saber nada de mí.
- Entonces deja que te abrace, ya que será la última vez que lo haga...
Y me abrazó hasta que anocheció.
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