jueves, 14 de octubre de 2010

7. Una nueva inquilina.

¿Sabe, Padre? No sé si hay pecados peores que el que cometí, pero si le soy sincero, no sentí nada al hacerlo. Además, su sangre sabía asquerosa. Soy muy especial en ese sentido. Una mujer de pelo oscuro si sabe bien, y no necesariamente negro. Nunca me he decantado por las rubias, la verdad, a no ser que su rubio sea tan oscuro como la buena mostaza.

Ah, mostaza... Hace uno o dos años la amaba. Supongo que no le salen las cuentas, pero si. Puedo comer comida normal y corriente, el problema es que después tengo que darme un festín de mi verdadero alimento. Antes y después, si soy más concreto. Verá, mi cuerpo se mueve por la sangre que consumo, por el "vitae" que corre por mis venas. Con esa sangre yo puedo volver a activar cualquier parte de mi cuerpo. Por eso los Entrecotte, mejor que en vino, deben ir bañados en sangre. Además, el sabor de la sangre es tan atractivo que el comer no me sacia realmente. Lo hacía para tratar de recuperar una humanidad que jamás volveré a tener, pero eso es otra historia.

Historia, como la que yo le estaba contando. Continuaré, si es menester.

Ver a Judith muriéndose me dio... hambre. Pero esa dama tenía algo especial, algo que necesitaba ser conservado, y traté de cubrir su herida y buscar una solución. Entonces, veloz como los rayos de luna, apareció Frederick al final del callejón. Su rostro era una mezcla de temor, desesperación y completa e incontrolable alegría.

- Dominique, ¡Dominique! Qué bien que te he encontrado, la fiesta está en lo mejor y tenemos que volver -dijo, tirándome del brazo. Parecía no fijarse en el cuerpo que sujetaba.
- Señor... -respondí, mirando a Judith de forma lastimera -se está muriendo.
- ¿No te has alimentado? -preguntó, soltándome del brazo. Su expresión ahora era de asombro.
- No, mi señor. No quería alimentarme de esta mujer, la vi mucho más especial que una simple... copa de alimento.
- ¿Y qué quieres hacer? Está perdiendo mucha sangre, y tú tendrás que cambiarte y todo, no querrás que te vean perdido de vitae...
- No quiero que muera... ¿Y si le concedemos nuestro don? Sé cómo hacerlo.
- Te lo prohíbo, Dominique -espetó Frederick, con un semblante serio y frío -está totalmente prohibido crear un chiquillo sin más, hay unas normas...
- Señor, no... -mi mirada pareció convencerle.
- A qué extremos ha de llegar uno por un joven sin conocimientos... Espérame aquí y cubre la herida como puedas. Eso si, evita pasar la lengua por la herida, se cerraría y no podríamos culminar el abrazo...
- ¿Abrazo? Frederick, no estamos ahora para ternuras, ¡se muere, santa madonna!
- Cáspita, Dominique, no hagas tanto ruido. Es argot de vástagos, ya te lo explicaré. Volveré en un instante.

Y así como dijo, volvió en una exhalación. Portaba un pequeño frasco de cristal con un contenido oscuro y espeso. Supuse que era sangre porque la textura era similar a la del vaso que Ezio bebía antes de transformarme, y porque deseaba beber ese líquido tanto como el beso de una bella mujer.

- Nadie debe saber esto, Dominique -dijo, tomando el cuchillo que portaba mi hermano -y por supuesto, yo no me haré cargo. Sea lo que sea, has pasado de ser neonato a creador en una sola noche, y no está nada bien...
- ¿Me matará para alimentarla como hizo Ezio? -pregunté, asustado.
- ¡Diantres, no! Simplemente, dame tu dedo.

Tendí mi mano a Frederick y éste, con una agilidad y velocidad inhumanas, pinchó la punta de mi índice. Abrió el bote y puso mi dedo encima.

- Tres gotas... Una... Dos... Y tres, esto ya está.
- ¿Qué significa esto? -dije, desconcertado.
- Maldita sea, Dominique. Haces muchas preguntas, simplemente cállate y ayúdame. Abre la boca de la chica y reza para que lo que acabo de hacer funcione...

No era muy ético ni de buen gusto ver cómo obligábamos a la moribunda Judith a tragar la sangre del frasco, que ahora también contenía la mía. Pero al hacerlo, esta volvió en sí violentamente. Sus ojos ya no reflejaban algo vivo, sino todo lo contrario. Una mirada de bestia salvaje poblaba sus ojos, unos colmillos habían surgido de entre sus bellos labios y jadeaba de forma histérica. Con un suave movimiento, Frederick mojó su dedo en la sangre que mi hermano derramó y lanzó una simple gota a la nueva Judith. Ésta giró su cabeza de forma casi histérica y se lanzó contra el cuerpo de lo que quedaba de mi hermano. Le mordió donde pudo y comenzó a succionar.

- Neonatos... Tan hambrientos... -dijo Frederick, con media sonrisa en su rostro.
- ¿De quién era esa sangre, Frederick? Y otra duda, ¿para qué las tres gotas de mi sangre?.
- Son muchas cuestiones y muy largo de explicar, Dominique -dijo Frederick, poniéndome la mano en el hombro de forma confiada. Era notablemente más bajito que yo, pero yo era muy alto en aquel entonces... - El "Abrazo" es lo que comúnmente tú llamarías "Transformar a un humano en vampiro". Para que esto se cumpla, la persona a ser abrazada no puede tener mucha sangre propia en el cuerpo, y se debe suministrar sangre del vampiro que quiere abrazar al nuevo vástago. Éste despertará con la sangre de Caín recorriendo su cuerpo, pero con una sed voraz. Se comerá a su madre si está delante en ese momento. Yo lo hice. Mi sire era muy cruel.
- ¿Qué es un sire? -pregunté mientras observaba como la dulce Judith buscaba otro lugar en el que morder y seguir succionando.
- El creador de un nuevo vástago. Ezio, si siguiese con nosotros, sería tu Sire. Y te castigaría por esto que estamos haciendo, pero nadie tiene por qué enterarse. Las tres gotas eran para crear un vínculo con tu sangre, y no con la del vampiro a la que pertenecía la sangre del frasco. No funcionará, pero ahora el Sire real no estará aquí. Felicidades, eres el sire más joven que conozco...
- Pero yo no sé nada sobre vampiros, ni siquiera sabía que con sangre se pueden crear emociones...
- He dicho vínculos, Dominique -respondió serio Frederick -Ahora mismo su voluntad no existe ante tí. Puede odiarte a muerte, desear que tus entrañas se pudran lentamente en el infierno y querer marcharse al otro lado de las tierras de Felipe II, pero si le dices que bese tus zapatos, lo hará. Lo que no sé es a qué clan pertenecerá... Cosa tuya es darle la noticia, amigo mío. Adelante.

Cuando Judith había dejado a los restos de mi hermano sin sangre, se sentó y miró su ropa y sus manos, ahora cubiertas de vitae. Al hacerlo comenzó a sollozar silenciosamente, lo cual me produjo muchísimo dolor.

- ¿Judith? -me acerqué lentamente y me agaché a su lado para tratar de consolarla.
- ¿Qué me ocurre, mi señor? -me preguntó, llorando. De sus ojos brotaba sangre, y no lágrimas.
- Hay muchas cosas que yo debería explicarte, pero de una forma más tranquila. Este es un lugar peligroso...
- Señor, ¡me estaba bebiendo la sangre de este pobre hombre! -gritó asustada.
- A eso me refiero, querida. Nosotros somos el peligro...

Un carromato apareció al otro lado de la calle, y Frederick nos hizo gestos para que subiésemos rápidamente. Tendí mi mano a Judith para levantarla, y ésta casi me tira. No conocía su nueva fuerza.
A la carrera montamos en el carromato y salimos de la ciudad. Durante el trayecto, me fijé que la nueva Judith era aún más electrizante y atractiva de lo que ya era. Su precioso vestido ahora estaba hecho jirones debido al mal trato recibido por los rateros, y lo poco que el corsé le cubría hacía de su imagen un culto erótico perfecto. La belleza de sus ojos verdes ahora impresionaba más, porque ya no había vida en ellos. Además, su mirada inspiraba mucho miedo, y la cara poblada de sangre no era lo más apropiado para su imagen personal.

- Bueno, ya está todo planeado -dijo Frederick, mirando por la ventana -tengo muchos contactos para estos casos. Judith, temo decirle que ha muerto, para todos. Se comunicará a tu familia que su alma está en lo alto y pediré al padre Domenico que oficie una misa.
- Pero si no estoy muerta, mi señor... -dijo ella, horrorizada.
- Judith -respondí, algo tembloroso- temo decirte que, de alguna forma, si está muerta. Es una larga historia que le contaré mañana de forma más pausada.
- Si, esta noche ha sido muy violenta -dijo Frederick, entre risas - vivirá con su Sire y creador, el señor Dominique Lerroux, hasta que yo crea que está usted preparada para seguir adelante sin nuestra ayuda. Yo les guiaré en el Mundo de las Tinieblas, y ambos aprenderán. Luego será decisión del señor Lerroux si usted se queda o no. Porque supongo que ahora que es usted inmortal tendrá algún sueño...
- ¡¿Que soy qué?! -gritó Judith, sonriendo -No puede ser, ¿me está diciendo usted que jamás moriré?
- No, madamme. La muerte no la perseguirá, siempre y cuando no tenga algún enemigo... Porque esto es algo que les cuento ahora: Somos inmortales, pero no invencibles. Podemos, digamos, volver a morir, pero para siempre. Y usted, señor Lerroux, lo ha visto con sus propios ojos...
- Si, señor... -dije apenado, recordando cómo me comí literalmente a Ezio.

Llegar a mi casa nunca me sentó tan bien. Frederick tenía su villa no muy lejos de la mía, y se marchó raudo antes del amanecer. Mi sirvienta tomó mi ropa y la de Judith con la mejor de sus sonrisas y nos dio ropa de cama. Instaló a Judith en un habitáculo paralelo al mío y nos dio una suculenta cena. Yo si mordí, pero Judith miraba por la ventana algo apenada. Ya sabía que el sol no volvería a tostar su suave piel.

Eran más o menos las siete de la mañana. Tanto el pasillo de mi villa como las habitaciones no tenían ventanas, pero escuché antes de dormir unos pasos alcanzar mi puerta. Judith entró sigilosamente y me susurró, como si de una niña pequeña se tratase, que no podía dormir. Estaba helada, pero era normal. Levanté mis sábanas y mi brazo, en los cuales ella se refugió rápidamente. Sollozó durante una hora y, posteriormente, se durmió.

Creo que aquel fue mi primer atisbo de humanidad después de ser transformado...

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