domingo, 24 de octubre de 2010

12. De mi hogar al cielo.

Y por fin anocheció. Las lágrimas de mi hermana habían empapado mi camisa, pero eso era lo de menos. Aún guardaba su calor en mi helado cuerpo y su sonrisa en mi corazón. Al caer la noche, noté que ya podía salir y abrí las ventanas. La gente volvía a sus casas después de un día agotador y la luna brillaba imponente en el cielo. Luna llena, por cierto. Con algo más de luz pude ver que en la mesa del comedor había algo de ropa, que tuvo que traer Martina antes de que yo llegase al amanecer, porque olía como ella.
Mi hermana se fue a las habitaciones a buscar algo, y yo mientras me cambié. Miré mi torso cuando era sólo la camisa lo que me quedaba por poner, y comprobé la rojez que dejó Lauretta al estar apoyada ahí durante horas. Unos pantalones ceñidos, unos zapatos rojos y la camisa del mismo color sería la que usaría para mi cena, y mientras admiraba los detalles bordados negros de mi camisa me fijé que mi hermana estaba observándome desde la puerta.

- Maldita sea, Dom -dijo, algo boquiabierta -¿Cómo has hecho para mejorar tanto tu cuerpo en tan poco tiempo? Recuerdo que estabas estilizado, pero no tanto...
- Si, yo también me fijé que había cambiado bastante... Cosas de estar muerto.

Me puse la camisa y Lauretta se acercó a mí para colocar los faldones mejor de lo que yo pude haber hecho nunca. Me peiné y perfumé y me dirigí a la puerta, pero antes de salir noté que una mano tiraba de mi hombro hacia atrás.

- Dominique, ¿es cierto que esta será la última vez que te vea? -dijo ella, temblorosa -no puedo o no quiero creérmelo...
- Es necesario que sea así -respondí -No me resultará agradable veros envejecer y morir, y que yo sea eternamente joven...
- ¿No podrás siquiera saludarme a veces cuando vengas por aquí?
- No creo que sea una buena idea -me sentía mal diciendo aquello, pero era cierto.
- Si es así, entonces deja que haga algo.

Mi hermana se acercó a mí y me rodeó con sus brazos sobre mis hombros. Yo también la abracé, pero me di cuenta que ella no estaba abrazándome. Cuando quise darme cuenta, noté el peso que ahora mi cuello sustentaba. Era un colgante de plata con una cruz negra que tenía engarzadas varias joyas de color rojo. El hecho de que fuese una cruz me repelía, pero algo en ella me hacía sentir bien.

- Esta joya la he llevado siempre, me la regaló la abuela cuando yo tenía 3 años.
- Recuerdo aquel momento como si fuese ayer... -y era cierto. Aún vivíamos en Toledo, y recuerdo cómo mi abuela le puso el colgante a la mayor de mis hermanas.
- Ahora quiero que lo lleves tú. Así tendrás una parte de tu familia, y sobre todo mía, allá donde vayas.

Y fíjese, Padre. Aquí la tengo. Tengo más de medio milenio a mis espaldas y esta cruz no se ha despegado de mí, ni lo hará. Puede que Lauretta ahora no sea ni polvo, pero está viva en mi corazón. Quiera que no, esa es la forma de recordar a nuestros difuntos...

Me despedí de ella y me fui a gran velocidad a las puertas de la ciudad. Allí había un carromato, en el cual un hombre estaba apoyado mirando al cielo.

- Disculpe -dije amablemente. El cochero se estiró ante mi presencia -¿está esperando a alguien?
- Si, mi señor -respondió algo asustado -Estoy esperando a un simple campesino.
- ¿Cual es el nombre de este campesino, si es menester conocerlo?
- Dominique Lerroux. Mi señora me ha mandado aquí para recogerle. El problema es que llevo ya esperando bastante tiempo y ese bastardo no aparece...
- Pero, amigo mío, si está usted ante él... -sonreí. Al decirle esto, el cochero me miró de arriba abajo, y a continuación comenzó a negar con la cabeza.
- Disculpe mi osadía, signore, pero usted no puede ser un simple campesino.

Fue entonces cuando decidí hacer uso de mis dotes. Ya que las tenía, tendría que aprovecharlas. Miré a los ojos de aquel buen hombre y dije:

- Soy Dominique Lerroux. Llévame ante Francesca ahora.

El cochero asintió y me abrió la puerta del carromato. Yo entré de forma señorial y me senté en el asiento de piel roja de aquel habitáculo, y partimos de inmediato.
De camino a la mansión de Francesca pude ver la mía propia a unos metros del camino. En la ventana del salón, y gracias a la luz, pude ver una figura que miraba en mi dirección. También vi el carromato de Frederick, y supuse que era él.
A unos minutos de mi gran estancia, el coche paró. Asomé mi cabeza por la ventana y vi las puertas de una gran reja que se abrían lentamente. Tras ellas, un jardín daba entrada a una de las mansiones más lujosas que jamás imaginé: Era de color beige, con detalles blancos y algunas enredaderas en los muros. La entrada estaba secundada por columnas de estilo griego antiguo y los ventanales eran amplios, con cortinas de diferentes colores.
El coche pasó la reja y estacionó a las puertas de aquella maravilla arquitectónica. La puerta se abrió y bajé con un saltito. Miré a la puerta, que se encontraba entreabierta, y en la cual me esperaba un hombre de unos cuarenta años muy bien vestido. Me miró de forma altiva y preguntó algo al interior de la casa. Asintió cuando recibió la respuesta y sonrió en mi dirección.

- Buenas noches, signore -dijo con bastante clase -La señorita Molinari tiene esta noche una cena personal, pero si quiere puede usted dejar el recado y ella lo atenderá encantada cuando termine.
- Buenas noches a usted también. Mi nombre es Dominique Lerroux, y la señorita Molinari esta noche tiene una cena con un servidor. Pregunte, seguro que se agradará de saber que soy yo a quien espera.
- No se adapta usted a los requerimientos que la señora nos describió. Supuestamente, era un campesino, y no un noble.
- La rueda de la fortuna fue buena conmigo. Ahora dígame dónde puedo encontrar a Francesca.
- ¡Maldita sea, Federico! -gritó una dulce voz desde el interior -¿Quieres dejar entrar al invitado de una vez y dejar de juzgarle?
- Pero mi señora, éste hombre no se adapta a las descripciones que usted nos dio...
- ¿Es que tengo que hacerlo yo todo? ¡Diantres! -dijo más relajada aquella voz -Ya salgo.

Y la hoja de la puerta se abrió un poco más. Tras ella pude contemplar a la protagonista de mis sueños, al ángel caído del cielo, a la perfección personificada. Con un vestido amarillo con toques negros, muy ceñido en la cintura y con mucho vuelo, Francesca dirigió su atónita mirada de color miel a mi nueva y pulida imagen. Su cabello castaño recogido en una trenza que caía sobre su hombro derecho y el collar de oro que se recostaba sobre su pecho hacían de ella una musa.

- Dominique... -dijo, saliendo de su asombro -¿eres tú?
- ¿He llegado puntual, mi señora? -respondí haciendo una reverencia -Si mal no recuerdo, un ángel me dijo que a esta hora y en este lugar tendría lugar una velada maravillosa...
- No puede ser... ¿A qué se debe el cambio extremo al que se ha sometido?
- Una grandioso regalo del Señor. Ezio Lerroux me hizo heredero de todas sus posesiones.
- ¿Qué tal se encuentra él? -preguntó, sonriendo como una niña y preguntando por preguntar.
- Temo decirla que murió. Una pena, si le soy sincero...
- Rezaremos por él. ¿No quiere pasar?
- Sería un honor...

Y crucé el umbral de la puerta. La puerta a mis sueños y deseos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario