martes, 26 de octubre de 2010

13. Mantenga las distancias.

Ah, aún recuerdo cada detalle de aquella noche. De aquella y de todas las que pasé a su lado, y no necesariamente entregándonos a nuestras pasiones. Bella, inteligente, astuta, simpática y muy romántica. ¿Qué más podía pedir además de estar a su lado?

Quizá estar vivo, o quizá no haber conocido nunca a sus criados...

El hall era magnífico. Todo estaba adornado con detalles rojos y dorados, y en cada mantel, alfombra o telar estaba bordado el símbolo de su familia. Una escalera central se partía en dos a media altura y daba a la primera planta. Justo en la pared donde las escaleras tomaban direcciones distintas había un bello retrato de la anfitriona, y pequeños cuadros lo secundaban.

- Han pasado ya cuatro noches desde que no nos vemos, Dominique -dijo Francesca, tomándome del brazo y caminando lentamente a mi lado. El criado cerró la puerta principal y desapareció en la nada. Estábamos solos.
- ¿Es que lleva usted la cuenta de las noches que no me ve? -pregunté sorprendido. Me confundía que un ser casi perfecto como era ella se preocupase por mí.
- Realmente, y aunque no lo parezca, yo le veo a usted cada noche. Es cerrar los ojos y, en la penumbra del fondo de mis párpados, puedo verle a usted.
- ¿Y qué extraños designios tiene el señor para mí? Si soy yo su objetivo, mi ángel, algo tendrá en mente...
- Mi objetivo esta noche es pasar una velada agradable. ¿Es que acaso es algo malo, Señor Dominique? -una sonrisa algo pícara delató su lado más informal.
- Sigo pensando que está mal no rezar por pasar la noche con usted. ¡Debería estar prohibida por la iglesia! Todo su ser incita a un hombre como yo al pecado...
- Deje de decir tonterías, le enseñaré todos los recovecos de mi casa.

Parecía que Francesca no notaba que yo estaba algo más frío de lo normal, y más pálido. Mientras caminábamos, apoyaba su cabeza en mi hombro, e iba describiendo cada habitación casi mecánicamente. Su verdadero foco de atención era la sonrisa casi infantil que me producía estar con ella. Al fin, y tras un largo paseo, llegamos al gran comedor.
Una sirvienta, sonriente, me acomodó en mi asiento y se marchó a todo correr. Francesca, justo enfrente mía, fue acomodada por otra sirvienta, casi al son de su compañera. Federico me miraba de una forma un tanto extraña desde detrás de su señora, pero no me fijaba demasiado en aquello.
Mirando a Francesca, y ella mirándome a mí, dejamos pasar el tiempo. Casi sin darnos cuenta, las dos jóvenes que nos acomodaron trajeron todo tipo de manjares que parecían estar increíbles... pero que alguien como yo no podía degustar. También me sirvieron vino y me acercaron pan recién hecho. Al ver y oler todo esto comencé a sentirme algo nervioso. Todo parecía exquisito, pero yo no podía comerlo, ya que mi dieta se basaba (y se basa) en sangre.
Entonces, Francesca tomó su copa y la alzó. Yo también tomé la mía y brindé, y traté de beber del contenido de la copa. Creo que me puse más pálido aún, porque Francesca me miró preocupada.

- ¿Ocurre algo, Dominique? -preguntó ella.
- No me siento demasiado bien en cuanto al comer se refiere, mi señora -respondí, tratando de disimular. El vino en mi estómago me hacía sentir asqueado y mareado.
- Es cierto, señorita Molinari -dijo Federico desde detrás -sólo mire su color de piel, está pálido.
- ¿Y qué haremos con toda esta cena? -preguntó Francesca preocupada, pero después tornó su expresión y miró a Federico -Creo que hoy podéis daros un festín tu familia y tú, amigo mío.
- Le estoy eternamente agradecido, señorita Molinari -dijo Federico con una sonrisa de oreja a oreja. Con un chasquido de los dedos, las dos chicas entraron y comenzaron a llevarse los platos de la sala.
- ¿Podría pedirle a mi señora un momento personal para tomar el aire? -pregunté, con el mareo en aumento -quizá después me sienta mejor...
- Por supuesto, Dominique -dijo Francesca, levantándose -yo comeré algo y le esperaré en la biblioteca. No tarde.

Salí caminando relajadamente de la sala, pero cuando perdí de vista a Francesca corrí como una gacela a la puerta, que misteriosamente ya estaba abierta. Busqué un lugar fuera de los puntos de visión de las ventanas y vomité el pequeño sorbo de vino que había ingerido. Cuando terminé y levanté de nuevo la mirada, pude ver a Federico acompañado de una de las criadas y de un joven, ataviado como si de un mercader se tratase.

- Es increíble, no puedo ni beber vino -dije entre risas, tratando de disimular -¡y estaba delicioso! Pero mis entrañas están un poco... cómo decirlo...
- ¿Muertas? -dijo el joven, con tono despectivo. Era un hombre de mi estatura, pero muchísimo más ancho de espaldas, con una melena castaña anudada en una coleta, ojos negros, facciones muy cuadradas y barba.
- Marco, cállate -dijo Federico -Que sea una criatura del Wyrm no significa que tengas que dejar tus modales de lado.
- ¿Disculpe? -respondí, con una mezcla entre resentimiento e incertidumbre.
- Disculpe usted los modales de Marco. Es muy joven, y algo maleducado -repuso sonriente Federico.
- Me refería a su afirmación ante la extraña respuesta de su compañero... -no sabía por qué motivo, pero noté que alguien más me miraba. No sabía de donde, pero me miraban.
- Verá, la señorita Molinari tiene acceso a los mejores manjares que pueda imaginar, pero si le soy sincero, aún no la hemos visto tomar sangre humana fresca, y dudo que lo haga.
- ¿Estás seguro de que es...? Hay mucha vida en sus ojos -dijo la criada, vestida como tal. Era bajita y tenía el rostro redondo y cabellos rubios.
- Hay muchos de su calaña que aún conservan algo de humanidad, Marina -respondió Federico. Creo que yo en ese momento no sabía qué decir, porque no sabía cómo diantres conocían mi secreto.
- ¿Por qué estamos hablando con esta sanguijuela? -dijo Marco desde detrás -¡Dejad que me encargue de él! -Pero, con una simple mirada de Federico, el joven detuvo su avance y miró a otro lado.
- ¿Qué está ocurriendo aquí? Exijo una explicación -tardé en crear esa frase varios minutos, era todo lo que se me ocurría decir.
- Verá, somos un grupo unido y fuerte, y no vamos a permitir que usted torne a Francesca en un vástago más -dijo Federico, tajante -por tanto, espero que usted guarde unas distancias con ella esta noche o tendré que tomar medidas personalmente.
- No sé de qué están hablando, pero yo tengo asuntos que atender -terminé esta conversación con esta frase. Pero al darme la vuelta noté qué me estaba mirando. Eran dos lobos, uno de cabello rojizo, y otro completamente negro. Junto a ellos estaba la otra criada, más alta y delgada, con el cabello moreno y los ojos de color miel. Cuando traté de moverme, los cánidos gruñeron de forma sonora, y la criada sonrió.
- Mantenga las distancias, Señor Lerroux -escuché a mi espalda, la voz era de Federico -es por su propio bien. ¡Vamos, chicos! ¡La cena está servida!

Con este gesto, los lobos dejaron de atenderme y salieron corriendo detrás de Federico. La criada que tenía delante pasó a mi lado sin siquiera mirarme, y al darme la vuelta vi como Marco caminaba casi de espaldas mirándome. Sonreí y levanté la cabeza, dando a entender que no tenía miedo, y fue entonces cuando pude ver algo que me hizo temblar.

Marco se tornó en lobo y se marchó gruñendo detrás de Federico.

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