jueves, 28 de octubre de 2010
14. Ser humano
martes, 26 de octubre de 2010
13. Mantenga las distancias.
domingo, 24 de octubre de 2010
12. De mi hogar al cielo.
sábado, 23 de octubre de 2010
11. No abras la puerta.
jueves, 21 de octubre de 2010
10. El día del Señor.
martes, 19 de octubre de 2010
9. Demasiadas explicaciones.
domingo, 17 de octubre de 2010
8. Todo cambia.
jueves, 14 de octubre de 2010
7. Una nueva inquilina.
miércoles, 13 de octubre de 2010
6. La mirada del cazador.
jueves, 18 de marzo de 2010
5. Bienvenido a tu nueva vida.
Era de noche cuando volví a abrir los ojos. Unas velas iluminaban mi nueva e inmensa habitación y los tapices que la cubrían tenían un aire oscuro y tenebroso que me atemorizaban. Al levantarme encontré algo de ropa puesta en un diván, y supuse que sería para mi. Tras ponérmela volví a sentir esa sed que tuve la noche que me convirtieron, y mirando a mí alrededor encontré una copa llena de sangre.
- ¿Esta todo al gusto del señor? –dijo Regina desde la puerta.
- Esto… si, todo está en orden.
- Me alegro de que así sea –estaba pálida. Pude reconocer el sabor de su sangre en la copa que acababa de ingerir.
- ¿Puedo ya saber algo más sobre esto?
- Dentro de poco llegará un amigo del señor Ezio. Si lo desea puede esperarle en el salón.
- Si, será una buena idea –y tras esto, seguí a Regina por las escaleras.
Mientras bajábamos pude encontrar un espejo colgado de una pared, en el cual miré mi imagen. Mi rostro ahora era mucho más bello de lo que antes era, y mis ojos azules hacían que mi pálido rostro tuviese algo de color. Después de aquel lapsus volví tras los pasos de Regina, que me llevó al salón. Cuando tomé asiento, escuché un golpe en las puertas de entrada y los pasos de alguien acercarse.
- ¡Ezio, amigo mío! –dijo el extraño hombre cuando entró al salón. Sus vestimentas eran de una gran calidad, con colores oscuros y bordados dorados. Su rostro, también pálido como el de Ezio, reflejaba una edad aproximada de treinta y cinco años.
- ¿Quién es usted? –pregunté extrañado.
- ¿Y quién eres tu, muchacho? ¿Dónde esta Ezio?
- Mi nombre es Dominique Lerroux, señor. Lo de Ezio…
- ¿Eres su chiquillo? –dijo, suspirando.
- ¿Perdone?
- Ah, no recordaba que eres un neonato y no conoces el argot. Puedo imaginar que Ezio ya no está entre nosotros, ¿no?
- Si, y me confieso –dije, poniéndome de rodillas ante el extraño visitante –yo terminé con lo poco que le quedaba de vida. Se hizo un corte en la yugular y… bueno… soy un monstruo…
- Tranquilo, Dominique. Eso que hizo es completamente comprensible.
- ¿En serio?
- Acompáñame, amigo mío. Tenemos mucho de lo que hablar. Por fin ha llegado la noche en la que el elegido despertará de su letargo humano y entrará de lleno en el Mundo de Tinieblas…
- Tengo miedo –dije, mientras el extraño me tomaba del hombro y me arrastraba al exterior.
- Dentro de poco, serán todos los que te rodeen los que tengan ese miedo.
Un carruaje nos esperaba. Me metió con una fuerza sobrehumana en él y emprendimos la marcha. Las ventanillas estaban cubiertas por unas cortinillas que impedían ver lo que fuera acontecía.
- Bien, Dominique. Antes de que me odies por estas malas formas me presentaré. Mi nombre es Frederick Von Gulik, y soy amigo de Ezio desde hace eones. Ambos nos hemos criado juntos en nuestra no-vida y él mismo me pidió que te adiestrara cuando llegase el momento. Llevaba tiempo diciendo que había encontrado un ser poderosísimo… Habrá que ver si es cierto.
- No entiendo nada, señor Von Gulik…
- Por favor, llámame Frederick.
- Bueno, Frederick. ¿Qué tengo yo de bueno?
- Lo primero, que perteneces a los nuestros, a nuestro clan. Perteneces a lo más selecto de entre todos los vástagos que moran estas tierras.
- ¿Es que hay rangos entre nosotros?
- El mundo de la noche va aparte de lo que ocurre durante el día. Tu tienes sangre de reyes fluyendo por tus venas, eres el ser que domina sobre los demás.
- Sólo soy un simple campesino…
- No, Dominique. Nuestro clan no está formado por campesinos, y tu formas parte de él.
- ¿Clan? Esto cada vez se parece más a ritos satánicos.
- Oye, yo creo en Dios…
- Y yo, pero eso es lo de menos…
- Mira, el tema de tus creencias lo dejaremos para otro momento. Ahora he de hablarte de tu poder y tus habilidades por pertenecer al clan “Ventrue”.
- Es un nombre extraño… ¿Es una especie de secta?
- No, es un clan. Hay 13, y cada uno fue fundado por una sola persona, conocidos como “Antediluvianos”. Pero eso, como te digo, no nos interesa.
- Señor Von Gulik, hemos llegado –dijo la voz del cochero desde la parte delantera de la cabina.
- Maldita sea… Bien, iremos directos al grano. Vamos a dejar patentes aquí y ahora tus poderes. Sígueme.
Y seguí a Frederick. Estaba de vuelta en Milán, en uno de los palacios de la zona rica de la ciudad. Era un baile. La gente se movía al son de la música de fondo y los hombres más poderosos de la ciudad estaban presentes. La sala era enorme, y la luz me molestaba mucho a la vista. Frederick me llevó a una de las zonas más oscuras para hablar conmigo ajenos al ajetreo del baile en curso.
- He notado que estabas un poco molesto con la luz del recinto. ¿Hay algún problema?
- Me molesta mucho la luz, Frederick…
- Lo que nos faltaba, el neonato tiene alma de Setita…
- ¿De qué?
- Ya te lo explicaré. Bien, vayamos al grano. Los miembros del Clan Ventrue tenemos una capacidad social inmensa. Hemos sido diseñados para conversar y convencer con una buena imagen.
- Sigo diciendo que soy un simple campesino, señor…
- ¿Quieres ver lo que eres capaz de hacer?
- Son los hombres más poderosos de la ciudad. No creo que sea capaz de hacer nada.
- Bueno, apuesto contigo lo que quieras a que podrías incluso hacer que dejasen de bailar sólo para prestarte atención.
- Lo dudo, señor…
- Pues me da igual. ¿Ves la bella dama que baila a solas en medio de la sala? La que tiene el cabello de color rojo…
- Si, puedo verla desde aquí –era increíble, hermosa, casi perfecta. Cualquier hombre que se precie pagaría mil veces su fortuna para tenerla entre sus brazos.
- Bien, esta es tu misión: Quiero que pases entre la gente y llegues hasta ella. Trata de llamar todo lo posible la atención y ser convincente en tus palabras. ¿Entendido?
- ¿Y que ocurrirá si fracaso?
- Dominique, te voy a decir una cosa: Si Ezio te ha creado es porque eres capaz de lo que sea. Ahora, entra ahí y trata de sacar a esa bella dama de ahí. Es toda tuya.
Y así hice. Estaba temeroso del resultado. Nunca había tratado de cortejar a una dama de tanta belleza y nobleza juntas, y no me veía capaz de hacerlo en ese momento. La gente no estaba pendiente de mí y continuaba su baile tranquilamente. Yo entré en la pista de baile y, tal y como dijo Frederick, traté de llamar la atención. “Buenas noches a todos, espero que ustedes estén teniendo una buena noche”. Dije esa frase en un tono audible solo por unos pocos, para llamar la atención a la gente de alrededor, pero increíblemente toda la sala estaba mirándome. Nadie se resistía a dirigir su mirada a mi rostro. Me sentí cohibido, pero continué caminando en dirección a esa dama que, por muy extraño que pareciese, era la única que continuaba con su baile tranquilo.
- Buenas noches a usted también, bellísima dama –dije al acercarme a ella. Traté de llamar menos la atención y la gente dejó de mirarme, pero alguna mirada indiscreta se dirigió hacia mí.
- Buenas noches –dijo ella, mirándome. Su rostro era angelical y sus ojos verdes me hechizaban. -¿quiere usted compartir un baile conmigo?
- No soy muy hábil en la danza, desgraciadamente.
- Seguro que usted es hábil en muchas más cosas…
- Eso no lo dude –dije mostrando mi mejor sonrisa.
- Oye, disculpa –dijo un hombre trajeado, tratando de intimidarme –llevo detrás de esta increíble mujer toda la noche para que me acompañe en un baile. No nos molestes, patético campesino.
Al decir esto me sentí un poco amedrentado y trate de volver en mis pasos, pero un sentimiento de orgullo y de furia se hizo conmigo al ver a Frederick mientras vigilaba mis pasos. “Si Ezio te ha creado es porque eres capaz de lo que sea. Si alguien tan poderoso como Frederick me lo dice, ¿Por qué no seré capaz de hacerlo? Ezio, esto va por ti”. Mi pensamiento pareció trasferirse a mi rostro, porque antes de darme la vuelta vi una sonrisa en el rostro de Frederick.
- Discúlpeme usted a mi, amigo –dije, posando mis ojos sobre los del extraño que impedía que culminase mi misión –pero no creo que esas sean las formas apropiadas de tratar a alguien como yo.
- Eres escoria, campesino. Te vi comprando la peor basura que traía uno de los mercaderes más pobres la otra mañana. ¿Por qué iba a darte privilegios?
- Porque, amigo mío –la furia se transmitió de mi cuerpo entero a mi mirada –no es mi condición la que me trae aquí, sino mi linaje. Ahora, manténgase usted alejado de la señorita y de mí antes de que tenga que decírselo de otra forma.
El rostro, ahora pálido, de aquel extraño era todo un poema. Tenía miedo, mucho miedo, y haciendo una reverencia se marchó a paso ligero por la puerta del gran salón de baile.
- Disculpe mis modales.
- Es usted un hombre muy apuesto y valiente, señor…
- Llámeme Dominique. ¿Puedo conocer ahora el nombre de mi acompañante?
- Judith. Mi nombre es Judith.
- Bien, Judith, ¿quiere usted acompañarme fuera para charlar alejados del tumulto aquí formado por el baile? –puse toda mi fe y mi capacidad de convicción en esta frase.
- Claro –dijo ella, casi hechizada.
Y, sin conocer el motivo, me acompañó al exterior sin rechistar.
miércoles, 17 de marzo de 2010
4. Despierta.
Esa noche se convirtió en una mezcla de sensaciones, Padre. La primera, dolor. Muchísimo dolor. ¿Cree usted que desangrarse poco a poco es una sensación de placer? Para nada. Yo no disfruté de lo que nosotros los vástagos conocemos como “El beso”. Eso me decía Ezio mientras me desangraba, que él prefería este método para convertirme que “El Beso”, porque es tan adictivo que no le parecía apropiado que lo probase.
Y ahí estaba yo, sangrando como un puto cerdo. Recuerdo que le tendí la mano a Ezio y éste me la dio, y posteriormente me tumbó sobre el suelo. Con un sonido ahogado sólo sabía decir improperios y algún que otro “¿Por qué?”.
Fue entonces cuando Ezio se dispuso a dar el paso más duro de todos. Con el mismo cuchillo que me degolló, hizo un amplio corte en su muñeca. La sangre brotaba a borbotones de su brazo, y lo que hizo fue abrirme la boca con la mano sana e introducirme el líquido que surgía de su interior en mí.
Yo no entendía nada, hasta que su sangre bajó lentamente por mi esófago. Era una sensación indescriptible. Sentí cómo mi último atisbo de vida se esfumaba con la entrada de esa nueva sangre, pero de ella surgía una nueva vida, un poder inimaginable… Y una necesidad increíble de más de ese liquido. Montones de esa sangre. Y de un repentino salto me levanté del suelo, buscando desesperadamente ese líquido. Ezio se levantó y se hizo un corte en la yugular. Mi increíble olfato detectó ese dulce y sabroso liquido brotar de su cuello, y sin control ninguno me abalancé sobre mi mentor.
Si, soy un asqueroso asesino, cruel y sin escrúpulos. Aunque usted jamás comprenderá lo que la sangre nos da. Si la llamamos “Vitae” es por algo.
Cuando terminé de succionar la yugular de mi mentor, éste se convirtió en un montón de polvo frente a mí. Y fue entonces cuando noté mis remordimientos por mi acción. Quise llorar, pero no pude. Mi cuerpo estaba impregnado de él, de aquel que me había dado un poder inmortal.
Y vino una chica a recogerlo todo. Era una de las criadas de Ezio, pero no le daba importancia al asunto. Por lo menos, no la que yo le estaba dando.
- Oye, perdona –pregunté cuando se marchaba.
- Dígame, señor Lerroux –su cabello moreno me hechizaba. Era una bella muchacha, pero no me atraía por su hermosura… sino por su contenido.
- ¿Puede explicarme usted que ha ocurrido?
- No estoy destinada a tal fin, señor –dijo, con una amplia sonrisa- pero tranquilo, pronto llegará alguien que le ayude.
- ¿Podría al menos cambiarme de ropa mientras espero a esa persona? –dije, mirando mi camisa blanca impregnada de mi sangre mortal.
- Claro, le guiaré a su habitación. Estas son sus posesiones, no lo olvide.
- ¿Mis… posesiones? –pregunté extrañado.
- El señor Ezio nos dijo que usted era el nuevo heredero, y que cuando él muriese usted se haría con el control de todas sus posesiones. Entre ellas están este palacete, una vivienda en Madrid y algunos terrenos en el Reino de Austria.
- ¿Todo eso es mío?
- Claro, señor.
- Cáspita, es muchísimo…
- ¿Desea el señor cenar antes de ir a dormir? –dijo la bella joven cuando llegamos a la puerta de mis aposentos.
- No tengo hambre… No me apetece comer nada.
- Yo me refería a su alimento –al hacer esta frase, ladeó su cabeza mostrando su cuello- tome lo que necesite hasta encontrarse saciado.
¿Y que hice yo, Padre? Pues morder. He de admitir que el sabor de la sangre de Regina era increíble, pero lo que más me gustaba de beber de ella era su rostro. Parecía que estaba en pleno coito, ¿se lo puede imaginar? Estaba atravesando su yugular con unos nuevos y afilados colmillos retractiles y ella moría de placer. Luego la chica me explicó lo que ocurría cuando alguien tan apuesto como yo la mordía. Cuando terminé, pasé mi lengua por la herida para aprovechar las últimas gotas que salían de su cuello y, misteriosamente, no tenía nada.
- Bueno, señor, espero que esté usted satisfecho –dijo entre suspiros mi nueva criada. Estaba extasiada- no queda demasiado para el amanecer. Debería usted refugiarse ya.
- Me gustan los amaneceres, no es un problema…
- Verá, señor… Hay muchas normas que tienen que explicarle para sobrevivir, y una de ellas es que el sol no es su mejor aliado. Mañana por la noche vendrá su nuevo contacto y le explicará todo con más detalle.
- Bueno, si tú lo dices… Buenas noches.
- Que usted descanse bien, señor.
Y me metí en mis nuevos aposentos. Era un habitáculo enorme, con telares colgados de las paredes. En ellos estaban tejidos imágenes de personas como yo alimentándose de otras, e incluso luchando. Recuerdo que me llamó la atención una en especial. Salía en un lado un hombre de cuya espalda surgían unos látigos negros, seis en total. A su lado había un monstruo horrendo, una deformación humana que atemorizaría a cualquiera que se lo encontrase. Frente a estos dos, había un grupo bastante pintoresco de gente. Un hombre que parecía ser de gran poder tanto económico como político, una bellísima mujer con un cuchillo de oro y diamantes en una de sus manos, otro hombre con garras… Pero me llamaron la atención los dos que iban detrás. Uno iba vestido de bufón, pero había un halo de locura cubriéndole, y el otro estaba tapado por una capucha, pero lo poco que se veía de su cara era una mandíbula medio rota con la piel pútrida.
Otra peculiaridad de la habitación es que no tenía ventana alguna. Pero eso era lo de menos. Estaba algo cansado y decidí tumbarme en la gran cama, a esperar el nuevo atardecer para disfrutar de esta nueva vida que se me había concedido.